Ella tiene un nombre que huele a jazz y a pastel de manzanas, y todas sus cartas marcadas. Viene con un ramito de violetas y nomeolvides y me lo entrega silenciosa, pero por el puente de ojos aceitunados a pardos pasa el entendimiento arrastrando su siglo de luces.

Dentro de unos años, esta intuición de Piscis doble que ahora es sieteañera se volverá redonda e implacable, y será su mejor arma y su mayor desgracia. Puedo verla ya, haciendo silencio para que los otros cuenten cosas que ella ya sabe; comprendiendo por qué rompen los niños el juguete que más les gusta, y luego lloran; curándose las heridas con agua de mar para que duela el remedio. La veo siendo la estrella más luminosa en el cielo de álguien que no sabe de constelaciones, y la veo encandilando al resto del mundo con esa misma luz que roza y que quema.

Su suerte está echada, sí, pero no abierta de piernas. Eso queda para las otras.

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