Ilustración: Tijana Lukovic

Además del elfo y del gnomo, hay allí un señor de unos setenta años, evidentemente alcohólico, encargado de poner en su lugar los carritos de la compra. Suelo sonreírle, y darle los buenos días, y decirle adiós, y tengo la sensación, cada vez que lo hago, de que se ilumina un poquito.

Hoy se me ha acercado, mientras curioseaba en los estantes de la librería.

«¿Andas en busca de un libro? ¿Piensas leer un poco este fin de semana?», ha preguntado con voz ronca, suave, de abuelo que se cansa.

«Sí, algo así», he dicho, y le he devuelto la sonrisa a sus ojos pardos.

«Buena chica», ha ripostado él, y luego ha seguido su camino hacia la hilera de carritos.

Más tarde, copa en mano, descalza, vestida sólo con una camisa de franela azul, escuchando a Tim Waits, he vuelto a pensarlo. Quién sabe desde cuándo no le dice «buena chica» a alguien. Quién sabe desde cuándo una buena chica no le sonríe de vuelta. Quién sabe desde cuándo una buena chica siente que el viernes se vuelve más, sólo por haberlo iluminado a él.

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