Esperando algún vuelo hay un señor calvo que lleva un gato: pelado y ojiazul y flaco y nervioso, que va vestido con un jersey rojo con aplicaciones de pedrería. El señor lo llama por su nombre: Irving, pero Irving no hace caso porque está ocupado tratando a toda costa de zafarse de su collar con motas leopardinas.

Tengo ganas de amonestarlo: ¡para hacer así el ridículo se busca uno un perro, padrecito! Los perros son tan cretinos como sus dueños sin que les preocupe demasiado; un gato, empero, tiene sentido de la ignominia.

Pobre Irving. Qué destino avieso, venirle a tocar en suerte este señor panzudo, cuando podría estar viviendo nueve vidas felices de gato que deja sus miserias entre los tulipanes y asesina gorriones. Ojalá logre soltarse y coger el primer vuelo a Egipto que salga.

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