En el siglo XIX las madres cubanas lloraban por sus hijos en la manigua. En los años 30 del siglo XX por la dictadura de Machado. A fines de los años 50 cientos de madres cubanas lloraban de impotencia ante la represión batistiana contra sus hijos, hijos que deseaban una Cuba mejor.

En los años 60 otros cientos de madres cubanas lloraban de impotencia por la muerte de sus hijos en los enfrentamientos contra los alzados del Escambray o en la invasión de Bahía de Cochinos; otras en una absurda guerrilla en Bolivia. Otros cientos lloraban de impotencia por los hijos que habían tenido que enviar en la operación Peter Pan, en busca de un futuro mejor para ellos. Otros cientos lloraban a sus hijos caídos o presos, del lado de los que luchaban por la democracia cubana y contra el comunismo. Otras lloraban porque de pronto el negocio de lo que vivían había sido nacionalizado, o les estaba vedado, mal visto, que sus hijos fueran a la iglesia o pensaran diferente, o quisieran festejar la Navidad perdida desde el 1967.

En los años 70 y 80 miles de madres cubanas lloraban a sus hijos, muchos de ellos adolescentes, que peleaban -y morían- a miles de kilómetros de su patria, por la geopolítica, en las selvas de Etiopía, Angola o en la frontera con Namibia, o en Nicaragua y El Salvador. La mayoría no sabían qué era la geopolítica.

En los años 80, después del llanto inicial por lo del Mariel, a cuyos hijos o hermanos llamaban escorias, montados muchas veces a la fuerza en embarcaciones que los llevarían -eso sí- a una vida mejor casi siempre, muchas madres cubanas creían que respirarían, que dejarían de llorar, porque al fin sus hijos regresaban de las guerras o de las becas, y la situación hacia lo interno parecía mejorar. Pero a fines de los 80, fueron cayendo como fichas de dominó, uno tras otro, los países del Consejo de Ayuda Mutua Económica (Came) y al final, la Unión Soviética, que mantenían la economía cubana, a cambio de la sangre de los cubanos en las guerras que ellos no podían librar. Así que volvieron a llorar, miles, decenas de miles, cientos de miles, al ver lo que se avecinaba. Porque eso sí, aunque no supieran de geopolítica, sí sabían cómo inventar la comida diaria, que ha sido la mayor agonía de las madres durante estos 63 años.

Los años 90 fueron de llantos de cientos de miles de cubanas, de millones de madres cubanas, porque el hambre, la necesidad, los apagones, más la epidemia por la falta de vitaminas y proteínas, las devolvía con mayor dolor a os fogones donde cada vez se hacía más imposible comer. Muchas vieron como sus esposos o hijos iban presos por pensar diferente y disentir del gobierno cubano. Decenas de miles tenían a sus parejas o sus hijos en las cárceles. Otros fueron fusilados por intentos de salidas del país.

El nuevo siglo llegó con más llanto, porque muchas lloraron el hecho de no tener un familiar en el extranjero para poder mantener la familia o arreglar el techo. Todo fue empeorando y ya no eran decenas, ni cientos , ni miles, sino millones de madres deseando que sus hijos e marcharan a otras tierras para poder tener mejor vida. Las dos primeras décadas pasaron con el caramelo en la boca de que todo iba a mejorar. Pero las manifestaciones del 11 de Julio en varias ciudades de Cuba, el posterior apresamiento de cientos de manifestantes, entre ellos niños y el enjuiciamiento y condenas a decenas de años, desataron un nivel de represión nunca antes visto en Cuba, solo comparable con la época de Batista. Así, las madres cubanas han vuelto a llorar.

Betty Méndez pidió comida para su hija con autismo, que llora de hambre: “Tenemos derecho de que nuestros hijos crezcan felices, con buenos alimentos, sin necesidad alguna. Así que madres y guerreras, levántense todas y levantes su voz por sus hijos. Cuba necesita un cambio y eso comienza con las mambisas” (Fuente externa)

La represión, el hambre, la necesidad de lo más primario, la mala calidad de la salud, de la educación, del transporte, la incapacidad demostrada por los gobiernos uno detrás de otro de producir al menos papas, pero sobre todo, la falta de esperanzas, el cero en la cuenta de crédito abierta por las cubanas y los cubanos el 1 de enero de 1959 al gobierno revolucionario, más otra vez los apagones, el altísimo costo dela vida, la falta de oportunidades, la hiperideologización de la vida, los hijos, hermanos o esposos, o ellas mismas en prisiones, hacen que hoy el llanto de las mujeres cubana sea más alto y valiente que nunca.

Emilia Calzadilla, traductora, madre de tres hijos, ha puesto el grito en el cielo. En su voz está la voz de millones de madres cubanas. «¡Queremos vivir con dignidad, con decoro!».

¿Cuál será la respuesta?

El llanto de las madres, es el dolor de la tierra y es mas poderoso que cualquier gobierno, cualquier dictadura y cualquier ideología.

¿Hasta cuándo van a estar llorando las madres cubanas?

 

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