Miguel Coyula, frente al palacio de Gobierno de Bielorrusia (Fuente externa)

Nota Clave se honra en publicar, por la importancia de sus denuncias, el siguiente texto del director de cine Miguel Coyula, que narra el tipo de censura brutal y el maltrato sufrido por su obra en el Festival Internacional de Minsk Listopad, de Bielorrusia.

Por Miguel Coyula

Después de su estreno mundial en Moscú, Corazón azul y yo fuimos invitados al Festival Internacional de Minsk, LISTAPAD, en Bielorrusia. Se acercó la fecha y me compraron el pasaje. Aún el sitio no había anunciado la programación.

Unos días antes de comenzar el Festival, recibimos un correo del programador diciéndonos que había un problema: la comisión nacional revisora de películas del gobierno de Lukashenko había determinado que Corazón azul era pornografía y se había creado un veto que prohibía su exhibición en territorio bielorruso.

El programador preguntó si yo estaba dispuesto a cortar “los planos en que los genitales interactúan” durante la escena de sexo y, para motivarme, añadía: “Recuerda que estás compitiendo por el Gran Premio!”. “No. Cortar la película sería como amputarme un dedo”. Nuestro agente de ventas en Habanero, Alfredo Calvino, sugirió: “No vamos a retirarla. Deja que la censuren ellos. Los que tienen el problema son ellos”.

Al día siguiente recibí otro correo muy escueto donde me decían: “La película se mostrará sin cortes. Te esperamos en Minsk”. Varias personas cercanas me advirtieron que no fuera, pues todo estaba demasiado extraño. Pero me gusta la aventura y quería dilucidar el misterio. Pasaron los días y, a punto de viajar, salió la información en el sitio del Festival. Corazón azul ya no competía por el Gran Premio en la sección principal, sino que había sido injertada en la sección de Cine Joven (yo con 44 años y siendo este mi tercer largometraje de ficción). Reviso las regulaciones para esa sección en el sitio y el límite de edad lo habían movido a 45 años.

El programa del Festival incluía también la película rumana Bad Luck Banging or Loony Porn (2021), también con sexo explícito de mucho más tiempo en pantalla. ¿Era entonces realmente el sexo la razón del problema? Realmente la cosa había empezado mal. Pensé cancelar el viaje. Pero me atraía la idea de que en ambos países compartíamos una dictadura y me intrigaba cómo pudieran reaccionar los espectadores frente a la temática anarquista y antidictatorial de la película.

El viaje duró 27 horas. Sin mencionarlo en el pasaje, y como si fuera una guagua, el avión aterrizó en Caracas, donde se desmontó un pequeño grupo de personas, y media hora después despegó para Estambul.

Llegué a Minsk de noche. En el aeropuerto me recibió una muchacha muy amable, asistente del programador, que luego se convertiría en mi traductora. La hospitalidad fue muy buena; pero no me entregaron el catálogo del Festival. Al día siguiente se estrenaba Corazón azul.

Como era predecible, no hubo rueda de prensa, reseña o entrevista alguna. El cine tenía 15 espectadores. Varias escenas de la película no fueron subtituladas electrónicamente al ruso.

Terminó la proyección y me subí al escenario. El público bielorruso permanecía en silencio, pero no se iba. Caras en blanco, anodinas, no parecían caras de festival de cine. El programador intervino y los animó: “Esta película ha tenido gran éxito en Moscú. ¿No tienen nada que decir?”.

Una mujer mayor me preguntó con severidad: “¿Qué quisiste decir con la película?”. Un cineasta de origen afgano, radicado en Londres, el único extranjero en el público, fue quien hizo varias preguntas, pues la película, afortunadamente, tenía subtítulos en inglés también.

Durante el conversatorio hablé, entre otras cosas, sobre la temática de la película: el experimento genético de Fidel Castro, nuestra censura en Cuba, de cómo varios actores huyeron del proyecto tras la censura de Nadie (2017). La traductora lucía nerviosa.

Minutos después de que se disiparan los espectadores, en el pasillo, se disculpó por no haber traducido al ruso varias cosas que dije; entre ellas, las palabras “censura, Fidel Castro, redada policial, dictadura…”. En Bielorrusia, hablar mal de Lukashenko en público te puede costar dos años de cárcel y ella temió siquiera hacer posibles paralelos. La traductora añadió que los bielorrusos eran muy cautelosos al expresarse en público después de la violencia policial desatada contra las protestas de 2020, en las cuales ella misma había participado. Dijo que la escena más fuerte de la película era el asalto a los estudios de la TV Cubana y el discurso de mi personaje en la película. Añadió que la película era muy arriesgada y que la iba recordar si decidía hacer algo radical con su vida.

De regreso al hotel, empecé a atar cabos. Después de la traducción editada, también comencé a dudar de la fidelidad de los subtítulos rusos en la propia película. Quizás el público bielorruso vio una película bastante distinta. Esto, sumado a que todas las escenas en inglés, incluyendo el obituario de Fidel Castro, donde se explica su experimento genético para construir al hombre nuevo, no fueron subtituladas. Estaba frente a un tipo de mutilación que no había valorado en esta cultura: la pared de las palabras.

Alguien en el Festival luchó por incluir la película a toda costa; quizás para evitar un escándalo; quizás para intentar cambiar algo desde adentro; quizás para salvarse. Pero algo está claro en países como los nuestros: si trabajas dentro de la institución, es imposible funcionar sin hacer compromisos.

Fotograma de Corazón azul

Al día siguiente insistí y finalmente conseguí que me entregaran un catálogo. Al fin todo quedó claro: Corazón azul era, según ellos, mi ópera prima, pues mi biografía menciona mi primer corto Pirámide (1996) como única obra realizada. Pero lo más revelador fue cómo cambiaron la sinopsis de la película. La original comenzaba: “Fidel Castro realiza un experimento genético fallido para construir el hombre nuevo y salvar la utopía”. La nueva sinopsis de LISTAPAD decía: “En un país latinoamericano se realiza un experimento fallido para crear vida artificial”. A mí no me hubiera motivado ir a ver esa película.

El último día la traductora trajo entradas para la fastuosa clausura, que requería vestimenta formal. Me quedé escribiendo en la habitación. Horas después me llamó con urgencia: “Ya estamos entrando al auditorio. ¿Qué pasó?”. Le contesté que tenía el estómago revuelto. También era cierto.

Corazón azul venía de una respuesta efusiva y un premio en el Festival Internacional de Cine de Guadalajara; pero en las buenas noticias no hay drama. Lo siento por los bielorrusos que hubieran podido interesarse en ver la película en el festival más importante de su país, pero que nunca supieron de su existencia, o al menos de su esencia. Si no hubiese venido, no habría podido escribir esto.

Llevo un año haciendo proyecciones caseras de Corazón azul en La Habana todos los domingos para un puñado de espectadores. Calculo que me ha tomado un año lograr tener la misma cantidad de personas que si se llenara el Cine Chaplin en una sola función. Pero con una película que tomó diez años para filmarse de forma completamente independiente, solo podía llevarse a cabo una exhibición de la misma naturaleza.

Sé que no volveré a Bielorrusia en mucho tiempo, probablemente nunca.

La traductora tenía una energía radiante y era vegana. Cuatro días antes de partir, poco antes de la proyección de Corazón azul, me pidió entrar a un McDonald’s para comprar papas fritas. Mientras comía, me contó que estudiaba actuación, pero que realmente quería ser directora, comunicarse con el mundo, sin dejar de ser ella misma. A pesar de sus diferencias con el Gobierno, amaba a su país y había decidido vivir en él. Dije que los países sobreviven a sus gobiernos, pero que nuestras vidas también son efímeras y había que elegir bien cómo vivirlas.

Ahora sé que no podemos separarla de nuestra creación. Esa será siempre la mejor forma de contribuir a la cultura de un país.

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