Dunia de Windt me acaba de enviar -desde esos allases donde ella si se desmaya en vez de volver en sí, vuelve en no-, un video que me engrifó y me sacó par de lágrimas.

Es miércoles, 8 de septiembre, 7:00 de la mañana. De hecho, mi instinto natural fue llamarte. Y de pronto me di cuenta que ya no estás físicamente, aunque estoy seguro que oyes mi corazón. Hoy hace 40 días que no estás aquí, que no respondes al teléfono, querido amigo.

El video fue realizado en Puerto Rico, imagino que en los años 90, imagínate que Angelita Carrasco estaba en el pináculo de la fama, jovencísima, enamorando a todos los caribeños con su voz y su belleza; luego tú, joven, enhiesto, con la sabrosura del merengue a todo dar; tras ustedes un Vitico aún delgado, ya con calva y con coleta, pero enfundado en un smoking con pajarita y todo; Maridalia, con esa voz que se perdió el mundo por culpa de un empresario que cometió un delito de lesa cultura al callarla tantos años; y para rematar los borícuas Wilkins, tan joven que aún usaba el cabello suelto, y Olga Tañón, jovencísima, delgadísima, bella y con esa voz rotunda de merenguera empedernida.

Te iba a llamar, Maestro, que es como yo te llamaba. Y de pronto me di cuenta que ya no estabas. A veces te tuteaba, otras te llamaba de Usted. Debes haberte dado cuenta que era por respeto a tu carrera y mi admiración enorme, inmarcesible, hacia tu aporte a la música que me entró por los huesos desde pequeño. Iba a marcar tu número, y me di cuenta que ya no estabas. Y de pronto me llegó el dolorazo de tu ausencia, Johnny Ventura que está llenando el cielo de merengues.

Me falta el amigo y consejero. Una de las personas que más he admirado en mi vida, desde que siendo un adolescente, en unos carnavales en el Manzanillo de mi infancia y adolescencia en Cuba, amanecí en un quiosco de la Avenida 1ro de Mayo, escuchando Patacón pisao, Merenguero hasta la tambora, ¿Tú sabe a que yo vine?, ¡Ah yo no sé, no! y muchos otros éxitos. Escuchando y bailando. Ya en el quiosco no quedaban cervezas, pero quedaba tu música. Y yo me quedé escuchándote y bailando, como un borrachito municipal, hasta que salió el sol. Entonces me fui a toda prisa por la avenida, camino a casa, asustado, hasta que en la 12 de agosto, por frente a la casa de Paquitín, me topé con mi papá que iba en bicicleta a buscarme, ya preocupado. Era la primera vez que amanecía fuera de mi casa.

Esa noche yo había ganado un amigo, pero todavía no lo sabía. Tenían que pasar varias décadas y un águila por el mar, para encontrarnos aquí en Santo Domingo, para que un día fueras a la redacción de Diario Libre a conocerme, porque te gustaba como yo escribía. Así que nuestra amistad nació con mutuas admiraciones y con un cariño sincero que se extendió a toda tu familia.

No sabes lo importante para mí que fue acompañarte en La Sabrosa Despedida y conocer el Comedor de Chen en Matancitas con la tropa de tu familia, ir por las venas de Quisqueya y descubrir Cabrera, Rio Blanco, Nagua… Pero sobre todo, la satisfacción, el honor y el inmenso orgullo de poder acompañarte en tu primer viaje a Cuba. La experiencia de ver como los cubanos se volvían locos contigo en las calles y en escena, por primera vez, tanto en el Teatro Heredia de Santiago, con transmisión en directo al Noticiero Nacional de Televisión, lo cual se repitió en el Teatro Karl Marx en La Habana, ambas noches. Tú le devolviste al pueblo cubano, la imagen de Celia Cruz, y fue la primera vez que se hizo en el teatro más grande de Cuba un homenaje a La Reina de la Salsa. La gente al principio quedó estupefacta, luego reaccionaron con una ovación.

Lograste algo, que le ha estado vedado a los cubanos durante más de 60 años, visitar la casa que era de Celia, donde sobrinos suyos mantienen allá en la barriada de Lawton, su memoria en una callejuela que algún día tendrá una gran tarja que diga: «esta era la casa de Celia Cruz», tu amiga.

El pasado viernes en El Show del Mediodía, mientras esperaba mi turno, conocí al que fue tu mamboy, o como decimos en Cuba, el utilero. Quien me contó la manera en que comenzó a trabajar contigo. Cuando yendo tú con El Combo Show a una presentación en Santiago, una tarde, se pichó una goma de la guagua. Y de no se sabe donde salió este muchacho moreno, bajito y troncú, que levantó en peso la guagua para que le pusieran la goma de repuesta. Te lo llevaste a que se gozara el baile. Y de regreso le pidió al chofer que lo dejara en el mismo lugar donde lo habían recogido. Pero el chofer se olvidó, el muchacho se durmió y al otro día amaneció en casa de… Johnny Ventura. Desde entonces fue parte de tu tropa.

Nuestra última conversación fue acerca de producir juntos un disco sobre los Santiago -de Cuba y los Caballeros-; ese día en que Dios te llevó consigo, creo que ibas a hablar algo de eso con Jochy Sánchez, que fue la persona que habíamos pensado en que dirigiera musicalmente el proyecto. Te hablé de que asumieras canciones hechas sobre, o en, Santiago de Cuba, en distintos formatos, incluso trovadorezco, un septeto, un duo, Son 14, con Tiburón Morales, un órgano oriental, una charanga que sería la Orquesta Original de Manzanillo, y tu propia orquesta, además de un trío. Entonces me dijiste: «hagamos más, hagamos un álbum, con los dos Santiagos».

Pero no pudo ser.

Eras de los últimos mohicanos. Verticalidad ética y robustez artística. Un ejemplo de superación, un coach de verdad de lo que se llama venir de abajo, pero con valores.

Nada, querido amigo, Maestro, hermano, qué decirte que no sepas. Si sé que me oyes. Hace 40 días que nos faltas. Dile a Dios que gracias de mi parte porque me permitió ser amigo de unos de los más grandes iconos de la música en el mundo. Ya sabes, no lo puedo decir de otra manera: ¡Te quiero Maestro!

PD. Ah, te iba a llamar para decirte que ese show con el medley de merengues donde estás con Angelita, Vitico (que tampoco está e imagino que ya se han visto por allá), Maridalia, Wilkins y la Tañón, era un palo para ponerlo a girar por el mundo. Imagínate Europa, Asia, Africa… ¡Coño, qué dura es la muerte!

 

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