Raúl Rivero no está muerto. Que lo maten ellos, que lo tapiaron en una gaveta, de donde apenas sobresalían versos al desgaire, poemas hirsutos y emancipadores, que hablaban del amor y de la libertad, escritos microscópicamente, como quien tenía el tiempo, todo el tiempo a su favor.

Raúl Rivero no está muerto, porque ahora mismo lo acabo de ver en Youtube alegrándose de la liberación de sus compañeros de celda, llegados a Madrid y cuyo gobierno no sabe qué hacer con ellos.

Perseguir un poeta es perseguir al futuro. Para la dictadura, Raúl Rivero sigue cumpliendo 20 años en Canaleta. Contra un poeta se puede, pero es en vano. Así que Raúl Rivero no está muerto. Está ejerciendo la eterna libertad.

Ahora mismo acabamos de bebernos un chákata en la cafetería de la Upec, y nos vamos a bajar una botella de ron en el Hurón Azul. Estamos juntos el Gordo, Benny Marquez, Vasquez Portal y yo. Para comenzar Raúl, una vez más arremete contra los mediocres. Nos reímos del santurrón joven poeta camagueyano y lezamiano, con alma de monje. Después dice un soneto que se ha sacado de un bolsillo de la guayabera azul oscura. Luego se ha cagado en la madre de Carlos Aldana, el ideólogo del Partido Comunista de Cuba y después ha coronado la caída del sol cagándose en la abuela de «esa vieja loca», que todos sabíamos que era Fidel Castro. A las 7:00 de la noche se ha montado en su Lada color verde, ha puesto el piloto automático y ha llegado sin problemas a Peñalver y Neptuno.

Raúl es el poeta que caminó del coloquialismo hasta las riveras de un rio providecialmente rico en metáforas, símiles, imágenes, que quedaba en las provincias del intimismo.

De izquierda a derecha Jean Michel (yerno de Raúl) Humberto Rivero (hermano de Raúl), sus hijas María Karla, Cristina, Yeny, sentados Raúl y su esposa Banquita (Captura de pantalla)

Raúl Rivero, rey de la decencia y del amor, vive en una Cuba que ya no existe. Esa Cuba la conforman nuestras memorias, la de Blanquita Reyes su mujer, que no acaba de salir de la depresión; la de María Karla, la Chini, Cristina, la de Migue, la de su hermano Humberto que vive en Canadá. El Poeta vive en todos los que lo quisimos, fuimos amigos, hermanos, compadres. La memoria de todos, unida en una sola: esa es la otra Cuba.

Raúl es el que guarda la esencia del himno verdadero, de la bandera verdadera, del escudo verdadero, sin más héroe que Dios u Orlandito, aquel pistero de una gasolinera de Manzanillo, que se sabía de memoria los discursos de Martí, Brezhnev o Boumediene, y que estaba más loco que una cabra, y por quien siempre me preguntaba.

La última vez que nos vimos físicamente en Madrid, me preguntó, sentado a la mesa pequeña de la cocina de su casa: «Niño, ¿y qué habrá sido de Orlandito el pistero?».

La Cuba esa donde estamos a salvo es la que recoge los buenos momentos que vivimos en un ayer que no volverá y donde tenemos a Raúl Rivero vivito y coleando, con el piloto automático puesto, diciéndole a Blanquita: «Blanqui, alcánzame el Block de hojas que voy a escribir un poema sobre la Cuba que no existe».

¿Quién coño va a decir que Raúl Rivero está muerto?

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