Raúl Rivero (Foto: Alfonso Quiñones)

Ahí están. No le van a permitir tampoco
morirse de verdad en el exilio.

El ministro de Cultura de un manotazo
canceló el panegírico, la falta de aire,
el gesto de los adjetivos. A los gusanos
ni un tantito así, confirma.

Raúl Rivero no ha muerto.
Declaran con tono sarcástico
el primer secretario del núcleo del partido
y el director del cementerio Colón.
No le vamos a aceptar venir
a hacerse el muerto. ¡Aquí no!

De Raúl Rivero, alias el Gordo,
no vamos a aceptar nada,
repite la del cedeerre.
Ni que esté vivo ni que esté muerto.
Ni todo lo contrario.

El apartamento de Centro Habana
fue confiscado, la sonrisa,
la licencia extrapenal,
la maquinilla de la realidad,
la colección de insultos recibidos,
la tristeza generadora del punto final;
conviven en el último rincón
del almacén de almas
del Ministerio del Interior.

Eso de venir a morirse
en el Baptiste Hospital de Kendall
es una desconsideración,
que no le vamos a aceptar
los miembros de la brigada
de respuesta rápida
del hospital La Covadonga.

El vecino de celda en Canaleta
que narraba los westerns
en voz alta, donde casi siempre
ganaba Hopalong Cassidy,
y Roy Rogers se levantaba
después de los disparos
sin sangre en las heridas,
también le ha gritado
“hey poeta no es hora de morirse”.

El fantasma de René Portocarrero
bebiendo un martini en la puerta de La Roca
ha dicho que no moviendo el índice.
¡Nada de eso, mi niño!
Así que Raúl Rivero,
aqui nadie se va a morir, menos ahora.

Ni el vendedor de periódicos
de los bajos en la casa de Madrid,
ni los vecinos del edificio
le han visto convertirse
en la transparencia que fluye.
Nadie le ha visto morirse.
Ni Blanca vestida de blanco.
Ni María Karla, ni Cristina.

Algún día en Morón
una calle llevará su nombre.

(domingo, 7 de noviembre del 2021)

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