SD. Hay palabras que marcan toda nuestra existencia. Hay frases dichas al azar, sin ninguna pretensión, como si fuera una conversación normal que luego se convierten en luz para iluminar los tramos más difíciles de nuestro camino. Hay momentos que no podríamos superar de no poder recordar lo que alguien nos dijo.

No hay ser humano que no tenga que enfrentarse a las injusticias, las pérdidas importantes, a la desilusión, y aún cuando lo das todo de ti es muy raro que te correspondan con la misma pasión con que entregaste tu talento, tu confianza, tu optimismo, tu esfuerzo; porque todo forma parte de cada peldaño de esa escalera que se llama vida.

Por eso no importa si pierdes tu trabajo porque alguien te lo quitó para poner en tu lugar a un amigo o a un pariente que no sabe lo que a ti te tomó años aprender, dicen que la sangre pesa más que la razón. Y al final, lo creas o no, ese alguien te está haciendo un favor.

No importa quién te hace escribir bajo falsas promesas para decirte, cuando tu trabajo está terminado, que tiene a otra persona que, aunque no es profesional, tiene con él un fuerte lazo de compromiso y unión. Muchas veces cuando crees que has perdido el tiempo simplemente estás “calentando el brazo” para un lanzamiento mejor.

No importa quien te conoce en tus mejores momentos y te desconoce cuando le abres tu corazón y sinceramente le pides ayuda. Cada quien da lo que tiene.

No importa una decisión desafortunada que priorice en un proyecto la participación de la mediocridad a la calificación. Llegará un momento en que sin esperarlo volveremos de vuelta a los orígenes, porque la mediocridad provoca indigestión.

No importa cuantas veces te desilusionen aquel o aquella que intenta romperte el corazón. Cuando el amor vuelva a tocar tu vida este se recompone y queda como nuevo.

Recuerdo una tarde sentada junto a mi padre en plena Habana, bajo la frondosa mata de aguacate que adornaba el centro de nuestro patio. Corría una suave brisa con una promesa lejana que nos traía olor a lluvia y tierra mojada. Mi padre me miró y sin aspaviento me dijo: “Pase lo que pase nunca te detengas, simplemente sigue subiendo. Cuando llegues arriba te darás cuenta de que atrás quedó lo que nunca tuvo valor”.

Hoy puedo asegurar que es uno de los mejores consejos que he recibido en mi vida.

Por eso no bajes los brazos, sigue luchando y cuando ganes, si quieres te rindes, o te das cuenta de que cada golpe valió la pena.

Esa fue la última vez que pude ver en vida a mi padre.

Ahora nos encontramos en sueños.

Esperamos tu comentario

2 Comentarios

Responder a Pase lo que pase, nunca te detengas |Cancelar respuesta