Collage habanero (Foto servida)

Entre las herencias dejadas por España, a nuestra sociedad está la del guapo habanero. Y no me refiero al buen mozo, o a la buena moza, me refiero al individuo creado y formado en las calles de Sevilla, que con su andar “matonesco” y su jerga carcelaria, creó el pánico en los barrios y plazas de la ciudad española desde hace siglos. Pero si el guapo andaluz era temido y hasta respetado por su valor y osadía, ¿se imaginan al guapo habanero con sangre gitana, descendiente del andaluz, heredero legítimo de la trinidad (así lo llamó Ortiz), el negro curro, el negro brujo y el negro ñáñigo, que llegaron un día a La Habana y plantaron en el barrio del Manglar?

Para comprender la psicología del guapo, los remito al libro, El delincuente español (1), donde nos define el perfil del guapo, pero, sobre todo, el andaluz… “El Matonismo. ––Matón deriva de matar. Es un sustantivo de índole despectiva. Por eso llamar matón, como llamar valentón al que presume de valiente, es una ofensa. Halagándole, se le llama guapo”.

Volviendo a la formación o nacimiento del guapo cubano quiero mostrar el retrato que publica J. Felix Machuca, sobre el negro curro, en la descripción que hace Cirilo Villaverde en la novela costumbrista Cecilia Valdés, de La Habana colonial de 1830, precisamente por los años en que se asentó la potencia Abacuá en el puerto ultramarino de Regla, en el Manglar habanero, y también, en la ciudad de Matanzas, donde los describe, “como tipos sui generis que vestían pantalones de campana, camisa blanca con cuello ancho, dientes de perros (se los hacían afilar al modo carabalí), pañoleta de algodón por la espalda, chanclas, sombrero de paja montado sobre un zarzal de trenzas de pasas”, como las de los actuales rastas.

“De las orejas le colgaban lunas menguantes tangadas en oro que, al toque, el más inexperto entendía ordinaria tumbaga”.

Sus “andares” eran cadenciosos, arrastrando mucho el “chancletaje” y moviendo los brazos hacia delante y atrás, como ese rico tumbao que tienen los guapos al caminar.

Y este mestizaje del que resulta otro individuo quizás más organizado, temido como los otros, me refiero al ñáñigo, devenido creador de la Potencia Abacuá, con su argot, o jerga propia, pero contaminada con la germanía, jerga, o manera de hablar de los gitanos, con la de los negros curros, y otros dialectos netamente africanos.

De todo como una esponja agarró el guapo cubano, transitando por etapas como la de Yarini, el guapo o chulo cubano más famoso, o al guapo que conocí en los años setenta, y quiero describirlo así. “El guapo actual con un poco de todo lo anterior, lo conocí más pulido, cheche y chévere, todavía con esa mezcla de guapo y chulo, siempre practicando un tipo de religión como la santería o Regla de Ocha, Regla Kimbisa, el Palo Mayombe, o cualquier otra afrocubana. Sin importar la estatura, ni el color de piel, los conocí altos y bajos, negros y mulatos, indios (el de piel oscura y pelo lacio), jabao, (persona blanca con el pelo chino o rizo), blancos, estos últimos con las motas de cabellos por encima de las orejas en rebeldía a las melenas o «espendrun» de la época, y los morenos con su corte de cabello al plato, tatuados como las marcas del tigre, cuando el tatuaje simbolizaba el presidio, todos vestidos de blanco con gorras del tipo ascot o planas, con gafas de sol o sin ellas, la sonrisa torcida de medio lado para ostentar su diente de oro, y la mandíbula levantada y ladeada para mirar hacia un lado con los párpados medio caídos”.

“Los collares que representan un santo, por encima de la camiseta de cuello circular de un botón o varios botones, por debajo de la camisa de mangas cortas o largas y pantalones de corte recto contraviniendo los de campana, también de moda, por encima casi siempre de los botines donde guardaba la navaja tipo de barbería, o la temida sevillana de la que se menciona poco, o zapatos de corte bajo con tacones al estilo Hollywood, como irreverencia a los zapatos de plataforma de los Hippies, una manilla de oro o esclava en una de sus muñecas y el inseparable pañuelo en una de sus manos, hiciera calor o no, con toda la vestimenta blanca y pulcra como lo exige la religión a sus iniciados y para hacer ver que es un juramentado en una de ellas”.

“Y qué decir de su andar cadencioso con un hombro caído hacia un lado ya sea el derecho o izquierdo, exagerando los movimientos de los brazos hacia adelante y hacia atrás haciendo gala del rítmico tumbao que lo diferenciaba del resto de las personas, pero sin poder ocultar sus complejos y mucho menos controlarlos, cuando alguien lo miraba y se reía de su indumentaria. ¡Pobre de aquel que lo hiciera! Su pago mínimo a tal afrenta, era recibir una cachetada, o un corte de navaja en la cara, o en una nalga”.

Y al igual que su ascendencia, formado desde niño en las calles y cuando joven, en el presidio, imponiéndose por su bravuconería, guapería y valentía en los solares, y barrios marginales de la capital hasta el punto de impedir la presencia policíaca en muchos de estos lugares. Siempre con su concubina o su querida, una para la casa y otra para la calle. Todo un machista por excelencia. Enemigo de la sopa, vago habitual dedicado a proteger negocios turbios, juegos ilícitos y la prostitución, acompañado únicamente de su navaja y de lo que él creía era su propia jerga el ¿qué bolá asere?”.

A favor de este tipo de guapo debemos mencionar además de su valentía intrínseca, su comportamiento social de forma individual. El guapo no es el tipo de andar en bandas ni pandillas como acostumbran delincuentes matonescos de otras latitudes, al guapo habanero sólo le basta estar presente en el lugar y momento indicado. Solo él se basta sin importar morir en el intento.

El guapo al cual me refiero fue un factor antagónico al “movimiento jipi”, es un tipo reacio a cambiar las costumbres y mantiene por encima de todo, su gusto por el baile y a la música cubana, la rumba, el guaguancó y la salsa.

Su presencia en los “plantes”, en los carnavales, en los “bembé”, o en cualquier francachela donde suene un tambor, lo dispone a la bebida, al juego y al desenfreno por las mujeres, que lo llevan echarse a la briba, o a cometer cualquier hecho de sangre en alguna calle de La Habana.

1.- El delincuente español. Hampa. (Antropología picaresca) por Rafael Salillas. Madrid. 1898.

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