Decidí empacar, y llamé, y vino la luz con todo lo que ilumina; como una vela, los ojos de un gato, una sonrisa.
Y llamé, y vino todo lo que se arroja a la basura en un día de lluvia, y me alegré porque yo necesitaba todo lo que se arroja a la basura en un día de lluvia; como la cena del martes, una llave, un muñeco muerto.
Y llamé, y vino el mar con sus olas y un pequeño bote con tres marineros y todo lo que es mojado; como el vino, los cuervos sobre el tejado, una bicicleta en el fondo del lago, un pozo, un perro que se escapa pero regresa otra vez.
Y llamé, y vino la montaña con todo lo que es viejo y duro y pesado; como la mano de un tío, algo que de lo que nadie se acuerda ya, la luna, un tren que nunca llega, un agujero sin fondo.
Y llamé, y vino un árbol con todo lo que tiene ramas y nudos y hojas y raíces que crecen; como una cicatriz en la barbilla, una amistad, una semilla, una barba; como un gusano, un niño cuando sueña, un corazón dentro de un huevo.
Y llamé, y vino una bestia silenciosa con sus pensamientos, y me alegré porque yo quería lo que todos callan, pero piensan, y todo lo que es secreto, y todo lo que está oculto; como un cofre debajo de un árbol o lo que no se puede decir; como quién es él en realidad, un bolsillo interno, un regalo muy especial, algo que uno vió y otro escuchó, los libros de un papá.
Y llamé, y vino una llama, pequeña e intranquila y peligrosa; como un pico, una piedra, una almendra, un dibujo que cobra vida; un payaso, algo muy injusto, un zorro hambriento, un grito.
Y llamé, y vino la noche, alta y oscura y enorme y callada, con todo lo que es súbito y corto y pasajero y pronto a desaparecer para siempre; como un chirrido, una herida en una rodilla; un beso, un otoño, un pensamiento, una pompa de jabón, una bisabuela, un calosfrío.
Y llamé, y vino el sonido con todo lo que suena; como una garganta, un vidrio que se rompe, un incendio, un pájaro que anuncia que son las dos, un hacha, una cajita de música.
Y llamé, y vino un Maestro, con su mano de hierro y con todo lo que sirve para ayudar; como las orejas de un gato muy listo, un espejo, una tía, un ojo sano, una sombrilla.
Y llamé, y vino un ladrón, con un saco y un túnel y unos hombros pesados y aquello que apenas existe; como todo lo que llena un caja vacía, un fantasma, la huella de una mordida de hace cinco días.
Y llamé, y vino alguien que era él mismo con todo su cuerpo, como todo lo que puede ser sí mismo; como alguien que acaba de crecer, como el otro, la niña del árbol, un hermano que piensa mucho, una gota.
Y todo cupo en la maleta.
Es cubana. Desde hace más de dos décadas reside en Oslo, capital de Noruega. Hace una década ha vertido sus textos en el blog La Guardarraya de Siberia. Es profesora.