Sentadas en el muro de la chimenea, ella y yo. La una bebiendo apenas, hablando despacio, fumando insaciablemente, poniendo una y otra vez en su lugar un rizo que se escapa de la coleta; la otra asiéndose a la copa de Prosecco, toda melena y silencio.
Escucho mientras me cuenta que durante el verano, después del accidente, aprendió a odiarlo, pero ahora que los pedazos de su húmero han comenzado a juntarse, ahora que ella otra vez puede salir sin preocupaciones, ahora que al fin tiene el trabajo que añoraba, ahora que está siempre rodeada de gente muy joven y espontánea que la hace reír, todo irá mejor.
Escucho y me vuelvo a mirarlo, sentado en el sofá, apoyando en la mesa su cojera, conversando animado. Y veo a la Desgracia, parada detrás de él, que se pone un dedo sobre la media sonrisa mientras me hace un guiño cómplice.
Y he pensado que, además de todo lo que sugería Cave, un ramito de granizo y ortigas sería apropiado.
Es cubana. Desde hace más de dos décadas reside en Oslo, capital de Noruega. Hace una década ha vertido sus textos en el blog La Guardarraya de Siberia. Es profesora.
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