Ilustración: John Singer Sargent

Paso por su lado con las manos tan llenas que apenas logro obsequiarle una sonrisa de paso, pero al regresar ella se adelanta y me quita de las manos la canasta.

La coloca en su sitio, mientras yo busco monedas sueltas entre huesos de reno y el resguardo de mi abuela.

«Thank you, thank you! God bless you! Bye bye, beautiful girl!», dice, y sonríe y comienza a agitar la mano, despidiéndome.

La agita mientras subo al coche, y aún cuando doblo la esquina: un saludo grande, con la mano abierta, como saluda quien es feliz. Yo también la agito, como si lo fuese.

Y eso me basta, no para sentirme mejor persona, sino para no sentirme peor. Mis monedas no van a marcar diferencia alguna en su vida, pero su sonrisa marca mucha en la mía; el mundo se está yendo dulcemente a la mierda: yo no.

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