Paso por su lado con las manos tan llenas que apenas logro obsequiarle una sonrisa de paso, pero al regresar ella se adelanta y me quita de las manos la canasta.
La coloca en su sitio, mientras yo busco monedas sueltas entre huesos de reno y el resguardo de mi abuela.
«Thank you, thank you! God bless you! Bye bye, beautiful girl!», dice, y sonríe y comienza a agitar la mano, despidiéndome.
La agita mientras subo al coche, y aún cuando doblo la esquina: un saludo grande, con la mano abierta, como saluda quien es feliz. Yo también la agito, como si lo fuese.
Y eso me basta, no para sentirme mejor persona, sino para no sentirme peor. Mis monedas no van a marcar diferencia alguna en su vida, pero su sonrisa marca mucha en la mía; el mundo se está yendo dulcemente a la mierda: yo no.
Es cubana. Desde hace más de dos décadas reside en Oslo, capital de Noruega. Hace una década ha vertido sus textos en el blog La Guardarraya de Siberia. Es profesora.