Ésta va para los míos.
Para mis abuelos, que lucharon a capa y espada por mantener sus tradiciones y hacían de la Nochebuena un espectáculo. Para mis padres, que los secundaron, y a pesar de las presiones y el acoso ponían lo mejor de sí para que el espectáculo fuera de altura.
Para mi hermana, compañera de juegos y peleas, que componía conmigo el duo «Las Supertestigos», y conmigo iba desde el patio hasta la cocina en incontables viajes para repartir traguitos y saladitos y llevar mensajes entre los mayores.
Para mi hermano, que no sabe de esos tiempos porque cuando tuvo edad para recordarlos el hecho de invitar a treinta personas para una cena se había convertido en una utopía.
Para aquel arbolito hecho de un arbusto de «espino» que íbamos a cortar a la finca y adornabamos con lo que quedaba de las bolas y los bombillitos de antaño, y era nuestro orgullo, porque resplandecía y los vecinos hacían cola para verlo de cerca.
Para mis tías y primas, las grandes ausentes, quienes mandaban postales de colores brillantes que también iban a parar al arbolito, y que celebraron sus fiestas cada año tan lejos de nosotros y a la vez tan cerca, porque seguían en el recuerdo de todos.
Para Angelito Ferrales, el capatáz de siempre, encargado invariable de asar el puerco, y para su turba de negritos que revoloteaban alrededor de la casa grande, esperando llevar su parte.
Para todos aquellos invitados que no daban un palo al agua a la hora de trabajar, que comían como un padre cura y además pedían raciones extras para llevar a los que se habían quedado en casa, pero en cambio eran tan amables y alegres, tan de llenar la casa de bromas y partidas de dominó.
Va, en fin, para nosotros, los que fuimos, vivos o muertos, lejanos o cercanos.
Feliz navidad.
Es cubana. Desde hace más de dos décadas reside en Oslo, capital de Noruega. Hace una década ha vertido sus textos en el blog La Guardarraya de Siberia. Es profesora.