Una vez soñé que Nuestro Señor era un chiquillo,
con la camisa rota y raspones en las rodillas,
jugando con planetas cual bolas de cristal
que rebotaban alegres contra las paredes del Universo.
Jugaba y era feliz, y era verano,
y el sol ponía destellos en el vidrio;
mil planetas tintineaban en su bolsillo,
porque en el bolsillo del Señor siempre hay lugar.
Los planetas rodaban y bailaban, alegrando su vista y su razón;
hasta que una mariposa en pleno vuelo lo distrajo
y del juego se olvidó, nuestro Señor.
¡Y era este un día perfecto para cazar mariposas!
Lo más bello de todo cuanto había creado.
Por el suelo quedaron los planetas,
y se sientieron solos y olvidados.
Regresó luego, muy cansado, como cualquier chiquillo;
era ya tarde, y el juego terminaba.
Se arrodilló el Señor, y recogió sus bolas,
y echó a ver que una le faltaba.
«¡El azul, el pequeñito, ése me falta!»
Buscó entre la hierba y bajo las piedras.
«¡Con lo que brillaba al atardecer!»
Pero llegó la noche, y el planeta nunca apareció.
Era nuestra Tierra la que faltaba, y sobre el campo sólo quedaba la escarcha.
Nuestro Señor regresó triste a su casa,
pero no puedo asegurar que haya llorado.
Los que hemos nacido en esa canica
sintiendo que sin ella nada importa,
hemos de esperar que el Señor vuelva a buscar mañana…y nos encuentre.
Texto: Erik Bye
Traducción de Vanessa Garden
Es cubana. Desde hace más de dos décadas reside en Oslo, capital de Noruega. Hace una década ha vertido sus textos en el blog La Guardarraya de Siberia. Es profesora.