Calle, farola y nieve (Fuente externa)

Hoy, a las cuatro de la tarde, habían afuera quince grados bajo cero que se sentían como treinta, porque el viento era grosero y soplaba de costado como para hacer llorar.

La gitana estaba debajo de la farola, como siempre, tratando de protegerse entre mantas y chales. Es oscura y bonita, y tiene mi edad; lo sé porque le acaricio con la punta de los dedos la mejilla aún tersa y la veo sonreír con dientes sanos cuando echo monedas en su escudilla o le extiendo un vaso de papel con café recién comprado. Me da las gracias con una voz lenta y suave, en un inglés de pájaros, y no puedo dejar de imaginarla feliz y libre y niña, en su aldea, perdiéndose en sus propias guardarrayas, persiguiendo sueños entre faldas de colores.

Gitana con niño (Fuente externa)

Después de la ducha caliente, de la chimenea chisporroteante, de la copa de buen vino francés, pienso en ella. Pienso en ella mientras preparo la masa para las frituras de bacalao de mi abuela. Frida tenía razón: la gente se divide en estrellas y estrellados. Y tenía también razón Don Quijote: sólo dos linajes hay en el mundo, que son el tener, y el no tener.

Pero cuestan poco esas monedas sueltas. Cuesta poco sonreír, si uno busca en el bolsillo izquierdo. Quién sabe; quizás sea una sonrisa lo que convierte una farola bajo la nieve de enero, en la primer luz de Narnia.

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