En los viejos tiempos, se movía entre los indios lapones de Noruega una figura peculiar: «Smørkatten», el gato de la mantequilla.
Este animal, creado por una bruja y a su servicio, era conocido por robarle la leche y la crema agria de los campesinos, y también por hacer que la nata no se volviera mantequilla al batirse. Gracias a él, la leche fresca no faltaba en choza de la hechicera.
Para construir al gato de mantequilla la bruja echaba mano de elementos singulares: por cabeza tenía un ovillo de lana, por espinazo un huso, por estómago el estómago de una cabra, por patas las de un pájaro, y las alas de un águila.
Para traerlo a la vida la bruja murmuraba un sortilegio: «¡Vive, Smørkatt! Te doy la mitad de mi vida y la mitad de mi tiempo y la mitad de mi vaca lechera. Sé fiel a mí, y haz mi voluntad.»
Se cuenta que algunas mujeres, aún sin ser brujas, escucharon alguna vez este sortilegio e hicieron sus propios gatos de mantequilla. Sin embargo, aquel que poseyera uno estaba siempre en peligro mortal, pues el gato compartía suerte con su dueño: cualquier mal que el uno sufriera, lo sufría el otro.
Es cubana. Desde hace más de dos décadas reside en Oslo, capital de Noruega. Hace una década ha vertido sus textos en el blog La Guardarraya de Siberia. Es profesora.