Esperando algún vuelo hay un señor calvo que lleva un gato: pelado y ojiazul y flaco y nervioso, que va vestido con un jersey rojo con aplicaciones de pedrería. El señor lo llama por su nombre: Irving, pero Irving no hace caso porque está ocupado tratando a toda costa de zafarse de su collar con motas leopardinas.
Tengo ganas de amonestarlo: ¡para hacer así el ridículo se busca uno un perro, padrecito! Los perros son tan cretinos como sus dueños sin que les preocupe demasiado; un gato, empero, tiene sentido de la ignominia.
Pobre Irving. Qué destino avieso, venirle a tocar en suerte este señor panzudo, cuando podría estar viviendo nueve vidas felices de gato que deja sus miserias entre los tulipanes y asesina gorriones. Ojalá logre soltarse y coger el primer vuelo a Egipto que salga.
Es cubana. Desde hace más de dos décadas reside en Oslo, capital de Noruega. Hace una década ha vertido sus textos en el blog La Guardarraya de Siberia. Es profesora.