Ella tiene un nombre que huele a jazz y a pastel de manzanas, y todas sus cartas marcadas. Viene con un ramito de violetas y nomeolvides y me lo entrega silenciosa, pero por el puente de ojos aceitunados a pardos pasa el entendimiento arrastrando su siglo de luces.
Dentro de unos años, esta intuición de Piscis doble que ahora es sieteañera se volverá redonda e implacable, y será su mejor arma y su mayor desgracia. Puedo verla ya, haciendo silencio para que los otros cuenten cosas que ella ya sabe; comprendiendo por qué rompen los niños el juguete que más les gusta, y luego lloran; curándose las heridas con agua de mar para que duela el remedio. La veo siendo la estrella más luminosa en el cielo de álguien que no sabe de constelaciones, y la veo encandilando al resto del mundo con esa misma luz que roza y que quema.
Su suerte está echada, sí, pero no abierta de piernas. Eso queda para las otras.
Es cubana. Desde hace más de dos décadas reside en Oslo, capital de Noruega. Hace una década ha vertido sus textos en el blog La Guardarraya de Siberia. Es profesora.