El escritor y La Maga (Fuente externa)

Ha muerto el 25 de mayo del 2020 en Londres, a los 96 años, una viga de la literatura del boom latinoamericano: La Maga. Solo este lunes se supo de su muerte. Quizás los millenials no sepan quien fue. Pero hubo un tiempo en que todas las jóvenes universitarias parisinas y latinas querían ser La Maga y todos los hombres querían tener su Maga.

En el Manzanillo de Cuba, por los años 70 u 80, la periodista y poeta Rosita Mas era La Maga, con su cabello negro corto y sus dos ojazos verdes. En Santo Domingo estaba también La Maga, y en Rosario y en Madrid y en Acapulco y en Caracas y en Medellín…

«¿Encontraría a la Maga? Tantas veces me había bastado asomarme, viniendo por la Rue de Seine, al arco que da al Quai de Conti, y apenas la luz de ceniza y olivo que flota sobre el río me dejaba distinguir las formas, ya su silueta delgada se inscribía en el Pont des Arts, a veces andando de un lado a otro, a veces detenida en el pretil de hierro, inclinada sobre el agua», dice un fragmento de Rayuela, la novela más lúdica de boom latinoamericano, escrita por Julio Cortázar en París y publicada el 28 de junio de 1963.

Edith Aron era el nombre propio de La Maga, quien inspiró al argentino en el personaje Lucía La Maga. Los jóvenes se habían visto de lejos a bordo de un barco que hacía viaje entre Buenos Aires y Europa 13 años antes de la publicación del libro y se habían reencontrado tiempo después en una librería parisina. En el año 2004 La Maga contó cómo fue todo, al periódico argentino La Nación

«Una sola vez, cuando en el almacén cercano a mi casa una chica mexicana me dijo que era una gran admiradora de Cortázar y que la Maga era su ideal, como era tan simpática, pensé en decirle quién era yo. Pero no lo hice. No es un tema del que me guste hablar, no lo necesito y, además, a los ingleses nunca les interesó. Pero ahora, bueno, digamos que soy una señora mayor. Quizá no esté para el próximo aniversario de Cortázar», aclaró suspirando pero sobrevivió 16 aniversarios más de Julio.

Edith Aron traductora de importantes autores latinos al alemán (Fuente externa)

A los 80 se preguntó: «¿Qué me vio Cortázar? No sé, ¡yo era simplemente una chica buena y agradable!».

«Yo estaba en tercera clase -dijo refiriéndose al viaje en barco-, no pasaba nada demasiado interesante y, de pronto, vi a un muchacho tocar tangos en el piano. Una chica italiana con la que compartía la cabina me dijo que me miraba y que, como era tan lindo, por qué no iba a invitarlo a nuestra mesa. Pero estábamos sentadas con gente muy rara, el mozo era muy viejo y no me animé.»

Al poco tiempo, ya en París, entrando en una librería, Edith vio una cara conocida. «Cortázar me reconoció también, e intercambiamos unas palabras. Nos volvimos a cruzar en el cine, viendo Juana de Arco. Luego, en los Jardines de Luxemburgo. El estaba muy influido por los surrealistas, que creían que las coincidencias eran algo importante, así que me invitó a tomar algo, me leyó un poemita y hablamos de amigos comunes en Buenos Aires».

El poemita es el anzuelo que echan los poetas para pescar a su presas. La pareja se había visto por primera vez de lejos, en 1950, cuando coincidieron en un viaje en barco entre Buenos Aires y Europa.

La Maga había nacido el 4 de septiembre de 1923 en Homburgo en el seno de una familia judía y había emigrado hacia Argentina poco antes de la Segunda Guerra Mundial. Edith Aron tradujo al alemán las novelas, cuentos y poemas de Jorge Luis Borges, Octavio Paz, Silvina Ocampo, Adolfo Bioy Casares y Julio Cortázar entre otros. Residía en El barrio londinense de St. John’s Wood.

«Cortázar trabajaba en una exportadora de libros en la esquina de mi casa en París, y venía a verme para almorzar. Era muy entretenido. Por ejemplo, me decía que le hiciera una ensalada azul. Yo no tenía idea de qué era eso. Entonces él tomaba cualquier ensalada y la llenaba de estampillas azules. Hacía todo el tiempo ese tipo de juegos, en los que yo nunca me sentí a la par. ¡Me acomplejaba porque él sabía tanto y yo sabía tan poco! No me decidí a irme a vivir con él justamente porque quería estudiar. Además, sabía que él admiraba mucho a Aurora Bernárdez, que estaba en Buenos Aires», que después sería la esposa del escritor, contó a La Nación.

Al preguntarle si estaba enamorada Edith reconoció: «no lo sabía. Cierta noche Cortázar me dijo que Aurora vendría a pasar fin de año a París, y me preguntó qué era más importante para mí, Navidad o Año Nuevo. No sé por qué le dije que Año Nuevo, que Navidad la iba a pasar con mi papá. Cuando nos volvimos a ver, él había pasado Navidad con Aurora y se había decidido por ella. Fue solo al perderlo que me di cuenta de que lo quería».

Aron, alemana al fin, y por tanto poco dada a dejarse arrastrar por las pasiones latinas, manifestó: «Él me escribió diciéndome que había basado su personaje en mí, y nos pasaban, es verdad, cosas espontáneas como las de la novela. También hay algunos episodios, como ese en el que encontramos un paraguas viejo en las calles de París y le damos una ceremonia de entierro, que ocurrieron más o menos como los cuenta. Pero la Maga es un personaje literario».

«Nunca sentí celos por Aurora. Más adelante, ellos insistieron en que, de tanto en tanto, fuese a comer a su casa. Yo era la chica que había aprendido junto a él. Después de todo, eso era lo que más le gustaba hacer, por algo en la Argentina había sido maestro de escuela. Pero la primera vez reconozco que me levanté de la mesa, me encerré en el baño y lloré. Yo había estado sufriendo sin darme cuenta. Y sé que él estaba un poco preocupado. Con el éxito que le trajo Rayuela, sabía que un poco me usó. Y ganó», confesó.

Aron contó esa vez que había querido muchísimo a Cortazar hasta el día que se enteró de una traición suya que le hizo daño profesionalmente, pues se trataba de una traducción de ella, que Julio había sacado de la editorial para lo cual le había escrito una carta a su editor Paco Porrúa en el que criticaba el trabajo de ella. Eso sí no se lo perdonó.

«Me hizo muy mal profesionalmente. ¡Yo trabajé en el Instituto Goethe de Londres, en el Imperial College! Creo que Cortázar me confundió con el personaje. La realidad es que para entonces mi madre -a quien yo no veía desde hacía diez años- estaba gravemente enferma en Buenos Aires. Tuve que ir a cuidarla y me demoré en entregar las traducciones. Eran textos muy buenos, los hice ver por expertos. Cortázar estuvo muy mal en hacérmelos sacar. Luego se arrepintió, pero yo ya tenía una rabia infinita».

La Maga en la campiña francesa (Fuente externa)

La última vez que se vieron

«Él decía que por el azar nos volveríamos a encontrar. Nos cruzamos en una Feria del Libro de Fráncfort. Y luego, un día en el metro londinense me lo encontré en el mismo vagón. Ya estaba con otra mujer, muy joven, llena de anillos de plata en los dedos, pero igual se sentó a mi lado y me preguntó de dónde venía. «De mi trabajo», le dije orgullosa. El me respondió: «¿No crees que este encuentro tiene algún sentido?». Y pidió que nos viésemos al día siguiente. Pero me había lastimado mucho, y yo ya no creía en la casualidad. Así que al llegar a la estación Picadilly le dije: «Me voy», y me bajé. Nunca imaginé que las próximas noticias que tendría de él serían las de su muerte, en 1984.

En 1963 Aron se mudó de París a Berlín, donde tradujo obras de literatura latinoamericana. Durante una visita a Londres conoció a John Bergin, un artista inglés con el que viviría unos años en Buenos Aires. Allí nació la hija de ambos, Joanna, y poco después regresaron a Londres, donde se separaron.

La Maga falleció hace dos meses en Londres, a la edad de 96 años, por esos días el primer ministro del Reino Unido estaba en cuidados intensivos y ese país era el segundo país en el mundo con más muertes provocadas por Covid-19. Dicen que murió de neumonía y de una falla del riñón, pero según su hija pudo haber muerto por el coronavirus. La Maga se llevó consigo el recuerdo más personal de Cortázar aquel gigante con alma de nube.

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