María Luisa y yo éramos amigos. Ella tenía más de 80, yo 25. Ella era argentina y yo cubano. Ella era guitarrista y yo poeta. Inédito, pero poeta.

He sido un coleccionista de amigos mucho mayores que yo: Raúl Ferrer, Eliseo Diego, Adolfo Martí, el Indio Naborí, Rafael Alcides Pérez, Raul Rivero (el único que está vivo de todos)… Y claro, María Luisa.

Una vez la había visto interpretar una obra suya en un Festival Internacional de la Guitarra que organizaba en La Habana a mediados de los años 80, si mal no recuerdo, el maestro Jesús Ortega. La vi tocando en la Salita del Museo de Arte Contemporáneo y en la sala más pequeña del Teatro Nacional.

La Primera Dama de la Guitarra, la llamaba la prensa cultural cubana y también la prensa latinoamericana. Una vez fue a tocara a la Sala Martínez Villena de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba. Ahí fue donde por primera vez hablé con ella y me contó que vivía en Miramar.

María Luisa andaría ahora por los 112 años. Pero siendo yo un joven de 24 o 25 años, y ella una mujer octogenaria, nos hacíamos compañía durante los almuerzos dominicales en La Habana de 1987, cuando mi primer libro de poesía Cuarto alquilado había ganado el Premio David, pero aún estaba inédito.

 

María Luisa Anido en su juventud (Fuente externa)

Cada domingo nos encontrábamos, sin previo aviso, a las 12:30 del mediodía, en la cafetería restaurante Kasalta que estaba a la salida del túnel de 5ta avenida en Miramar, la zona más bella de la capital cubana.

La maestra, que había dado su primer concierto a los 9 años, vivía en el edificio Sierra Maestra, cercano a unas cinco cuadras de la cafetería e iba caminando hasta ella y regresaba. Yo vivía con mi prima Ileana y su esposo Fernando en un cuartico parte atrás que quedaba en una casa señorial de Miramar a dos cuadras del restaurante.

Nuestro menú era siempre el mismo, pollo frito, congrí, chicharritas y cerveza. A esa edad la maestra se tomaba las tres cervezas que le tocaban por su plato. A veces me brindaba una de ellas. Pero siempre conversábamos sobre cuestiones culturales, sobre todo acerca de música. Otras veces hablábamos de poesía y edición. Su papá había sido el editor Juan Carlos Anido, quien por cierto había publicado un extraordinario libro titulado La Guitarra, que contenía varias obras musicales de compositores como Tárrega, Miguel Llobet, su propia hija, así como Andrés Segovia, Emilio Pujol, Juan Parga, Josefina Robledo, entre otros.

Una vez, mi prima y su esposo andaban para Ciego de Ávila, a la sazón yo trabajaba como jefe de redacción de Países Socialistas en la editorial Arte y Literatura, en La Habana Vieja. Una noche salí un poquito tarde de la editorial y mientras caminaba por la calle O Reilly, me entró un fuerte dolor en la espalda baja hacia la derecha, en la zona del riñón. El dolor fue en un crescendo sostenuto que me dejaba sin aliento y a duras penas pude regresar hasta el Palacio del Segundo Cabo, desde donde me llevó el carro del presidente del Instituto Cubano del Libro, Pablo Pacheco, al hospital Calixto García.

Lo mío era un cólico nefrítico, producto de piedras en el riñón. Así que amanecí allí con sueros puestos. No pude ir a trabajar, y el esposo de Gema, una amiga que era secretaria de mi inolvidable amigo Onelio Jorge Cardoso, era médico nefrólogo en el Hospital Ameijeiras. Fue él quien me dijo. ¿Tú quieres estar bien para el fin de año? Eso era dentro de cuatro días más o menos. Y me dio el santo remedio: bébete seis cervezas al tiempo y aguanta dos horas las ganas de orinar.

En aquella época, conseguir seis cervezas en La Habana era una heroicidad. Coincidió que era sábado y fui a tirarme al catre donde dormía, sin alimentos y con unos analgésicos. El domingo desde las 11:00 de la mañana estaba yo en la acera de la cafetería, esperando a la guitarrista más famosa de Latinoamérica.

Cuando llegó, a las 12: 30, le dije lo que había. Necesitaba sus tres cervezas y se las quería cambiar por mi pollo. Marìa Luisa estuvo de acuerdo. Así que me hizo la media, ella se comía su posta de pollo (muslo y contramuslo) y la mía, y yo ya iba bajando la primera cerveza.

Entonces me contó que había estudiado guitarra bajo la dirección de Domingo Prat y Miguel Llobet, y tres años más tarde se recibió como concertista. La maestra actuó como concertista en varios países de América y Europa, así como en Japón y la Unión Soviética. En 1921 ganó el premio de la Asociación Wagneriana. A partir de 1941, dictó la cátedra de guitarra en el Conservatorio Nacional de Música y Arte Escénico de Buenos Aires.

La segunda cerveza dio pie para saber que María Luisa no había registrado todas sus composiciones. Son miniaturas que reflejan, con su característica honestidad, varios aspectos de su personalidad.

A la tercera cerveza Maria Luisa había dado cuenta de su cuarto de pollo.

La cuarta descendió mientras hablábamos de Argentina y de España, donde ella vivía. Había ido a Cuba, contratada por el gobierno cubano para enseñar el instrumento en el Instituto Superior de Arte de La Habana.

En la quinta hablamos de teoría de la cultura y en la sexta de poesía y de la soledad. Creo que ella envolvió la comida que yo le había cedido a cambio de aquellas cervezas, y se la llevó para la perra… hambre que le daría en la noche.

Cuando salimos de la cafetería-restaurante, fui corriendo a dormir el mareito que tenía y a las tres de la tarde, me levanté del catre con un sopor tremendo. Fui al baño y oriné un gran chorro de arena, o sea orín turbio por la piedra deshecha en arenilla.

Esa es mi mejor anécdota con la Gran Dama de la Guitarra de Latinoamérica, María Luisa Anido, o Mimita, como le decían, quien había nacido el 26 de enero de 1907 en Morón, provincia de Buenos Aires.

Sus composiciones

María Luisa fue no solamente una gran guitarrista, sino una muy interesante compositora, con soluciones interesantes.

Para Aire Norteño, su versión de una pieza folclórica argentina, ella tocaba las notas bajas en pizzicato, haciendo hincapié en la contraposición de 3/4 en el bajo y 6/8 en la melodía.

En 1927 -en apenas siete años hará cien años de eso- María Luisa compuso su primera pieza, Barcarola. Miguel Llobet, el guitarrista catalán, le escribió poco después:

“He leído e interpretado su Barcarola, las voces se llevan maravillosamente con gusto admirable de sus características naturales, los colores de tonos son perfectos. Bravo, muy bien hecho. Creo que deberías seguir escribiendo vuestras excelentes inspiraciones”.
Llobet también afirmó:

«María Luisa Anido fue para mí una revelación. La impresión que me produjo no se borrará jamás de mi mente. Dotada de un temperamento artístico de primer orden, se adapta admirablemente a todos los estilos y formas musicales y en cuanto a su tecnicismo, no sólo es insuperable, sino que en muchos aspectos sobrepasa todo lo imaginable».

Canción del Yucatán, Preludio Campero, Aire de Vidalita, Canción de Cuna, Boceto indígena, Preludio Pampeano, Tempo de Vidalita, Variaciones camperas, Triste, Santiagueña, Chacarera, Catamarqueña, Alegremente, El Misachico, entre otras forman parte de sus composiciones, donde lo folklórico sirve muchas veces de inspiración o de anécdota en pasajes de composiciones suyas. En otros es la esencia misma.

Desde 1976, Maria Luisa se estableció en Barcelona, donde residió hasta el 1987, año en que fue contratada por el gobierno cubano para ejercer la docencia en el Instituto Superior de Arte de La Habana, regresando a Cataluña en 1989, donde permaneció hasta su muerte.

Sus Preludios Nostálgicos reflejan los periodos donde Anido vivió lejos de su terruño. Lejanía, dedicado a su pupilo Omar Atreo, lo compuso en 1962, publicándolo en 1971, en Buenos Aires. Mar y Gris los publicaría en España, en 1977. Una atmósfera impresionista impregna su estructura de acordes arpegiados. Lejanía muestra su melancolía a través de arpegios lentos; y, Mar fluye en continuos movimientos y transformaciones; y, Gris refleja una sensación de paz y de plenitud.

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