SD. Este artículo lo escribí y salió publicado en Diario Libre el 3 de noviembre del 2012, después de asistir al extraordinario concierto ofrecido por el joven pianista ruso Daniil Trífonov. Lo reproduzco ahora en Notaclave.com, para alimentar la curiosidad de los que no lo han visto y puedan asistir al concierto que ofrecerá el 13 de diciembre en el Teatro nacional Eduardo Brito… pero no me dejen fuera.

«Recuerden esta fecha: 1ro de noviembre del 2012. Esa noche Daniil Trífonov hizo sonar como nunca antes había sonado un piano en el escenario del Teatro Nacional Eduardo Brito, según muchos. Dejó grabadas para siempre las famosas octavas del Concierto No.1 de Chaikovsky -que le valió el Grand Prix y medalla de oro- en un antes y un después en la historia musical de República Dominicana.

Pocas veces en la vida uno tiene la posibilidad de ver un músico de esa altura en vivo. Antes tuve la oportunidad de ver a Sviatoslav Rijter, en la misma sala donde Daniil ganó el Chaikovsky. Trífonov tiene todo para llegar más lejos.

Los fans de Lang Lang seguramente dirán que exagero, pero ante lo demostrado la noche del jueves por el joven pianista ruso Daniil Trífonov, Lang Lang resulta un robot hábil de técnica, pero pobre de espíritu.

Antes que regalara en el bis, «El pájaro de fuego» de Stravinsky, Trífonov -un Rubinstein joven-, demostró no solo una limpieza técnica absoluta, una digitación de inverosímil rapidez, un virtuosismo desbordante, sino -y sobre todo- un Alma que se movía entre la triste sensibilidad de Dostoyevsky (el fátum) y la intensidad de los lienzos de Iliá Riepin (desde «Iván el terrible mata a su hijo», hasta «Cosacos zaporogos escribiendo una carta al sultán de Turquía»).

Trífonov ya es un pianista inmenso porque, entre otras cosas, sabe administrarse, y poner energías donde lo merece. Quizás ese sea su mejor elemento: la energía que es capaz de ofrecer. Y otro elemento: la ternura que le desborda sobre todo en las filigranas que va tejiendo en distintos pasajes: unos con cinismo de gato, a hurtadillas, sobre el teclado, otras con esos remolinos que crea sobre el teclado. Porque Trífonov parece ser de esos músicos que nacen muy pocas veces para recordarle a la humanidad como es la gran música en sus esencias.

Trífonov fue acompañado por la Orquesta de la Gala -dirigida por Ramón Tobar- que ha mejorado, aunque aún debe ganar más en los metales, especialmente en los fagots.

La orquesta tuvo un excelente desempeño primero con la Obertura del Festival Académico de Brahms, muy acorde para iniciar; y luego con el extraordinario desempeño del chelista armenio Narek Jajnazarián.

No obstante, los 33 minutos de la inolvidable interpretación de Trífonov, debieron ser solos, una única noche. Porque eso fue Historia.»

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