Iglesia de la Purísima Concepción, de Manzanillo, Cuba (Fuente externa)

En la ciudad de Manzanillo, en Cuba, vive Laubel Castro, una querida vecina que es como de la familia, a quien siempre he admirado mucho. En su casa de madera que aún existe, en la calle Luz Caballero esquina A, fue donde primero vi los muñequitos en la televisión. Los años la han encorvado de mala manera y allí vive con su hijo Ramón y con la cercanía de su otro hijo, Manolito.

Laubel fue mi maestra en primer grado, en la Escuela Wilfredo Pagés, frente a la casa donde había nacido Blas Roca Calderío, el fundador del Partido Socialista Popular de Cuba. De hecho Alipio Calderío, primo hermano de Blas era mi vecino más cercano, su casa era la que hacía esquina y le seguía la que ocupábamos mis padres y yo. Aún no había nacido mi hermano Carlos Alberto.

Laubel Castro fue -es, aunque ya no lo ejerza- un ejemplo de magisterio en muchas cosas. Su ternura, su don de enseñanza y sus conocimientos, fueron certeros para ser lo que soy hoy. Ella ha sido una de las personas que más influyó en mi vida. Probablemente no lo sepa.

Mi mamá, Rita Machado y Laubel Castro eran dos buenas amigas, aunque Laubel era un poco mayor que ella.

Laubel Castro, hace unos cinco años (Foto: Alfonso Quiñones)

Laubel fue la que me encaminó en la fe y me metió en la cabeza hacer la primera comunión en la Iglesia de la Purísima Concepción de Manzanillo.

Por aquellos años 60 todo era confuso y uno no podía exponerse a ir a la iglesia porque era mal visto, y -según murmuraban- en el futuro podía hacer daño para uno poder optar por una carrera en el extranjero o cualquier otra.

En 1961 había ocurrido la salida forzosa de los Franciscanos, Hermanos de La Salle, siervas de María, Compañía de María de Santa Juana de Lestonnac y Hermanas de los Ancianos Desamparados de Santa Teresa de Jesús Jornet. Había ocurrido el cierre forzoso de los Colegios Católicos y se habían intervenido propiedades de la Iglesia.

Ser creyente era considerado ser desafecto a la Revolución, era cosa del enemigo. Una grave debilidad ideológica adquirida del imperialismo yankee. Eso era lo que nos decía el coordinador de los Comités de Defensa de la Revolución en la zona. El mismo que nos prohibió seguir poniendo películas de muñequitos -por iguales razones ideológicas- a los muchachos del barrio en el taller de Alipio Calderío, a su hijo Guillermito -que en paz descanse- y a mí.

De modo que yo iba a la iglesia haciendo zig zag por las calles, vigilando que nadie me viera, y entraba por detrás para que no me pillaran. Iba con mi única camisa blanca y mi único pantalón largo a la catequesis. Yo apenas tendría ocho o nueve años.

La Inmaculada del Escorial, de Bartolomé Esteban Murillo. (Museo del Prado, Madrid)

Desde entonces sentí un especial cariño hacia la Virgen de la Inmaculada Concepción. Y al pasar de los años me di cuenta que la celebración de la virgen es el mismo día de mi nacimiento, o mejor dicho, de mi cumpleaños.

Hoy cumplo 60 años de edad, y mi primer recuerdo es para la madre de Dios. La Concepción Inmaculada de la Virgen consolida la primacía de la Gracia y de la obra de la Providencia en la vida de los hombres, ha escrito el historiador Francesco Guglieta, experto en la vida de Pío IX, que fue el Papa que proclamó en la bula Ineffabilis Deus del 8 de diciembre de 1854 el día de la Virgen de la Inmaculada Concepción.

Hoy arribo a la edad en que mi madre se fue, hace 21 años. Solo le pido a Dios salud y larga vida para mí y los míos. Que lo demás llega con esfuerzo y trabajo.

Desde aquí le envío un gran beso a Laubel Castro, que fue quien me inculcó inicialmente la fe en Dios. Y gracias a ella supe cual era la coincidencia de mi cumpleaños y el día de la Inmaculada Concepción.

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