A los 81 años de edad Johnny Ventura es la figura principal que siempre ha sido del merengue y la música popular dominicana.

El Caballo Mayor demostró en un concierto virtual la noche de este jueves, que la calidad es calidad, y lo demás es área verde. Por eso agradeció tantas bendiciones, en el Día de Acción de Gracias, y celebró su carrera que lo ha llevado a ser el merenguero más influyente del género musical que más define la dominicanldad.

República Dominicana es un país bendecido por muchas cosas, entre ellas por tener a un artista de la talla de Johnny Ventura. Tanto que comenzó cantando aquello que dice «Si existe reencarnación vuelvo a ser dominicano», y eso lo dejó clarito en el openning de su concierto virtual, donde las cifras de personas que se iban sumando iba creciendo y creciendo exponencialmente.

Excelente la afinación de la orquesta, el montaje de imágenes y la coherencia del espectáculo, donde no se descuidó ningún detalle, desde el vestuario a las coreografías, desde la selección de temas hasta los arreglos a los que Henry Jiménez les pasó la mano.

El evento al cual asistieron virtualmente 26,630 personas desde distintos puntos del globo terráqueo, se caracterizó por su calidad en un sonido bien cuidado desde el primer al último momento.

La puesta en escena fue suntuosa en imágenes, con un derroche de esplendor, gracias al escenario de la discoteca Jet Set. Solo un exceso desenfrenado de luces en movimiento, que no es el adecuado para una transmisión televisiva o por streming, distorsionó, opacó y molestó para quienes no estaban en el set. El uso exagerado de luces pocas veces permite ver con absoluta nitidez lo que está sucediendo. Es como un bosque tupido de rayos de sol que impiden ver las frondas de los árboles. El querer dar la sensación de estar dentro de un concierto, por favor, que no llegue hasta ahí. Esto es transmitir para televisión. La misma vaina.

Las bailarinas estuvieron elegantes y las coreografías, si bien manejadas hasta un grado de no quitar protagonismo, fueron poco repetitivas de todos los pasos que siempre se hacen.

Cuando Johnny Ventura canta Merenguero hasta la tambora, no es un merengue lo que canta, es una declaración de principios, un estado de fe, una manifestación de la gracia de ser dominicano.

El set de metales y la batería, fueron de una exactitud como mecanismos de relojería. Después se supo quién era el joven de la batería. Francis, un niño que hace 10 años había presentado como tamborero en uno de sus conciertos. Creció, estudió en Berklee y hoy es capaz de tocar con cualquier orquesta.

Esa banda era un cañonazo bajo la batuta de Henry Jimenez, quien sin embargo tuvo un leve fallo al inicio de Patacón pisao. Que la voz del Caballo se mantuvo afinadísima. Y el coro afinado. Y patacón pisao, pisao. Después más con Pitaste. El negrito es el único tuyo. La boca e María, que cantó Jandy Ventura. Fue cuando El Caballo presentó otro niño que conoció de niño en Hato Mayor, Andrecito. Ese era, es, Robert del Castillo cantando uno de los varios medley que formaron parte de la lista de canciones del concierto.

Desde las arénas finísimas de Eden Roc Cap Cana, Johnny Ventura recordó que se trata de un recorrido por algunos de sus más de cien discos. Que se acabe el arroz la leche y la gasolina pero el ron que no se acabe porque esa es mi medicina. Un tema que se escuchó en todo el Caribe y en casi toda Latinoamérica. Este amor me cayó del cielo… decía otra de las canciones.

El concierto que comenzó a las 9:00 de la noche, incluyó anuncios de patrocinadores y a las 10:13 andaba por 26622 asistentes virtuales. Pide que yo te doy, lo que tu quieras…, cantaba el Potro y respondía el coro.

Jandy Ventura cantó Amor como el nuestro. Y tras otras canciones llegó el hit más reciente de Johnny, un himno que se convirtió en clamor: Se van.

La ñapa fue con El Pingüino, pasado por música electrónica y rap, con acompañamiento de Dj. En ese tema hubiera sido bueno una mayor presencia de la orquesta, sobre todo de los metales. Lo lógico es que fuese un merengue o lo que sea con colores de la música electrónica. La cuestión no era entregarse a lo electrónico y el rap, cuando en verdad lo que debía ser un merengue pasado por otras aguas, pero sin dejar de ser lo que es. Fusionar no es dejar de ser uno -que tampoco fue el caso- sino ser uno mismo con un traje diferente.

Después de una pandemia en la que sufrió ser infectado, después de cumplir 81 años de edad y estar tanto tiempo sin hacer nada, diez meses después reaparecer con esos bríos y la voz de siempre son una bendición que dice que hay Caballo para rato.

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