A la izquierda Serrat, junto a su banda, saludaron al público dominicano (Foto: Alfonso Quiñones)

SD. Los catalanes son tan exagerados como… los catalanes. Joan Manuel Serrat dijo (en broma, claro está, y tal vez no muy lejos de la verdad), que el Mediterráneo es el mar de los mares. Que el Océano Atlántico, el Caribe, todo nace allí, en ese mar entre tierras. Y al menos culturalmente hay mucho de real. En su crisol se forjaron múltiples culturas de las más antiguas e influyentes del mundo.

Por otra parte su Mediterráneo, quiero decir, la canción, 47 años después sigue nuevecita.

Mediterráneo Da Capo, el tour que lo trae por estas tierras, y que inició en abril del 2018 en Roquetas del Mar, lo tuvo el viernes en Santiago, de donde no hay noticias sobre su presentación en el Gran Teatro del Cibao. Y el sábado en el Teatro la Fiesta del Hotel Jaragua, cuya disposición de sillas, sin mesas, y sin camareros que molestaran más de la cuenta (solo antes de comenzar el show hacían sus propuestas), propició crear el ambiente necesario para gozarse a un Serrat que aún podría hacer varias giras más.

La voz del hijo de Pueblo Seco, aún estaba húmeda. Y algunas pocas veces no pudo, a sus setenta y piá, llegar a la nota que era. Y ahí, mañas de por medio, dejaba que el público cantara o él bajaba par de tonos. Y ese Serrat, aún así, sigue siendo necesario, y lo seguiría siendo si le quedara un hilillo de voz.

La frugalidad de una banda de pequeño formato -piano, teclados, viola, guitarra, bajo o contrabajo y batería, más los ya omnipresentes elementos del play back que sirven de sostén a una calidad sonora exacta-, sirvieron para armarle un colchón armónico íntimo, y a la vez rico en matices, al concierto ofrecido.

Todo comenzó con un oppening instrumental que recordó varias de las melodías más conocidas de su disco, hasta que se diluye en firme en el tema Mediterraneo, donde entra Serrat saludando desde el proscenio, luego toma la guitarra y dice «Quizás porque mi niñez anda escondida en las playas…», casi medio siglo después. Una vela desplegada en el techo sirve de pantalla donde se translucen playas y peces dibujados y cangrejos. La gente aplaude. En cantautor inclina levemente la cabeza.

«Bienvenidos todos a este concierto que he titulado Mediterráneos Da Capo… Da capo es un término de origen italiano, terminó musical que viene a decir algo así como vamos de vuelta, empecemos otra vez. Y eso vamos a hacer esta noche ecos las canciones que conforman el disco Mediterráneo, unas canciones que escribí allá por el año 1971, en un pequeño hotel de la costa brava catalana. es una forma de celebrar el 47 aniversario de su publicación. es probable que alguno de ustedes piense que 47 años no es un número… celebratorio. A mí me parece tan bueno como cualquier otro. Pero entiendo a quien piense que hubierapodido esperar a los 50 que es un número redondo. Pero mire, no creo que estemos para esperar, eh? La fragilidad de la vida y sus circunstancias me hacen pecar de prudente y celebrarlo por anticipado. Es cuanto. Y les digo que si quieren alguna cosa que celebrar, que espero que muchas, no esperen. celébrenlas. Así que Andiamo Di Capo«, explicó y comenzó entonces de verdad la fiesta.

Serrat, de perfil (Foto: Alfonso Quiñones)

Y regaló un entrante de lujo con -guitarra en ristre- Qué va a ser de ti, Vagabundear, Barquito de papel -muy aplaudido- y Pueblo blanco, done hubo coro del público y ovación.

Luego recordó al tío Alberto. «El tío Alberto, no era mi tío -explicó-. Ni siquiera fue una idea mía el ponerle un apelativo así. Alberto Puig Palau fue un rico industrial barcelonés, un rico mescenas. Presidía La Voz Divina (una especie de tertulia en un bar propio) que reunía a artistas e intelectuales. De él era este taburete que me robé yo mismo (muestra la banqueta que anda de viaje con él hace años)…», cuenta que el hombre ya murió. Hay una foto del tío Alberto proyectada en esa vela blanca que hoy boga por otros escenarios de otros mares. El bajista cambió del bajo al contrabajo. Y Serrat cantó El tío Alberto. Al final bailó una especie de vals, que recordó las coreografías que usaba con exactitud milimétrica cada año el inolvidable Charles Aznavour. Y se ganó la ovación.

«La mujer que yo quiero» fue coreada desde el primer verso. Con los aplausos comenzó a presentar los integrantes de su banda: Ricardo Miralles (piano), José Mas Kitflus (teclados), David Palau (guitarra), Vicente Climent (batería), Tomás Merlo (bajo) y Uxía Amargós (viola).

«Lucía», una de las canciones más tiernas de su repertorio. Que piano Dios mío el de Miralles. Un arreglo lleno de capas, que van de la ternura a la esperanza. Habla del Quijote, cita y se canta «Vencidos». Después arremete con «Aquellas pequeñas cosas», y canta acompañado de todos los presentes en la sala. Y vuelve sobre «Mediterráneo», la mejor canción en lengua española del siglo XX, según lo dictaminara en 2006 la revista Rolling Stones.

«Hasta aquí llegamos con las canciones del disco Mediterráneo», señala. «En los conciertos me gusta dar algo de cultura. Todo no van a ser tetas y culos, queremos otros argumentos». Y canta en francés «La mer», la popular canción del compositor francés Charles Trenet.

Con guitarra y piano y luego también viola, se canta «La luna», y sella la cuestión con «Cantares», que le regaló rabo y orejas y ovación.

«Plany al mar». Dice que el Mediterráneo es uno de los más contaminados por la mano del hombre… Un sarcófago donde miles de hombres y mujeres pagaron con su vida el intento de huir de sí mismos. Una canción en catalán, donde lamenta que están enterrando al Mediterráneo.

Con «Algo personal», se llevó las palmas. Luego confesó que siente una profunda admiración por la mujeres. Y dedicó una canción a la mujeres «que mueren a manos de malvados y a la sociedad que permite que esas cosas sucedan». «Menos tu vientre». Al final besó la mano de la violista.

En «Para la libertad», canción muy arriba, a cuyos tonos llegaba a duras penas, se defendió como pudo. Luego cantó «De vez en cuando la vida». A esas alturas del concierto aún había gente llegando.Eran las 11:01, y exigían sus puestos originales. Gente con poca disciplina y respeto por los demás. Otro cantaba a todo pulmón las canciones una por una. Pagamos por oírlo a él cantar le dijo alguien señalando a Serrat. Y el joven respondió que él pagó para cantar también. Pero no pagamos para escucharlo a Ud., le respondieron. Hay gente que necesita urgentemente pasar una escuela de comportamiento social.

El falso final llegó con «Hoy puede ser un gran día». Saludaron el público y salieron. Regresaron y cantaron «Esos locos bajitos» y «Fiesta», que tenía el suave aroma de las despedidas. Así que salieron de escena y tras dos o tres minutos pidiendo otra más, Serrat salió y llamó a la banda. Entonces sí fue el real final con la muy solicitada «Penélope».

Creo que queda Serrat para rato, en la memoria, y en las giras.

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