Carla Fracci, una bailarina inolvidable (Fuente externa)

Carla Fracci, la gran bailarina de La Scala de Milán, ha muerto. Tenía 84 años de edad y ha fallecido debido a un cáncer que la aquejaba desde hacía un tiempo. En 1981 The New York Times la nombró «primera bailarina en absoluto».

Hija, como casi todo el ballet del siglo XX del ballet ruso, había estudiado en la posguerra, desde 1946 en la escuela de La Scala con la Maître de ballet Vera Volkova. Diez años después, con 20 años, se convirtió en solista del ballet y en dos años más su bailarina principal, logrando un desempeño tan maravilloso que llegó a ser llamada «La Eleonora Duse de la danza», en memoria de la más notable actriz italiana del teatro de fines del siglo XIX y principios del XX.

Como bailarina y coreógrafa se especializó en el repertorio romántico y también en el dramático. Fue émula de Alicia Alonso en cuanto al repertorio. En su casa artística esencial, La Scala, hizo una memorable Romeo y Julieta de John Cranko en 1958 y Elvira en Don Giovanni de Leonid Massine. No faltaron La bella durmiente, El talismán, La cenicienta, entre otros. Actuó con las compañías del London Festival Ballet, Royal Ballet, Stuttgart Ballet, Royal Swedish Ballet, American Ballet Theatre y otras, por cuyos escenarios paseó su estilo y su esbelta figura.

Sus roles emblemáticos eran especialmente Giselle, como la Alonso, pero también Sílfide, Swanilda, Medea, Francesca de Rimini y el ya mencionado rol de Julieta, entre otros, siempre con los mejores partenaires, las súper estrellas de la época, legendarias figuras del ballet mundial como Rudolf Nuréyev, Vladímir Vasíliev, Henning Kronstam, Mijaíl Barýshnikov, Richard Cragun y sobre todo Erik Bruhn.

Dirigió las compañías de ballet de Nápoles (1990-91), Verona (1995-97) y del Balletto dell’Opera di Roma.

En calidad de actriz hizo a Tamara Karsávina en el film Nijinski de 1980 y a Giuseppina Strepponi en la película Verdi de 1982.

Vestida siempre de blanco y a pesar de la edad, los días 28 y 29 de enero del 2021, impartió una lección magistral con las protagonistas del ballet Giselle.

Admirada por Charles Chaplin o Eugenio Montale, alzó su voz una y otra vez por darle al ballet el lugar que merece dentro de la sociedad, exigiendo para esa manifestación artística no solo el reconocimiento, sino el apoyo estatal merecido.

Con Carla Fracci fenece una estirpe de bailarinas que le dieron a la danza mundial un destello especial con un repertorio que se convirtió muchas veces en angustia debido al nivel de exactitud y virtuosismo que exige, además de en reto, filosofía de vida y muchas veces cima del pensamiento danzarío mundial.

En 1987 durante una presentación en Madrid donde bailó Las sílfides y Raymond, dijo a Alfonso Armada, periodista de El País que «el baile era un descubrimiento» y que con el paso del tiempo ese descubrimiento «se ha convertido en una responsabilidad y en una exigencia que siempre se mantiene. Es necesario mantener el entusiasmo de los primeros años junto a la responsabilidad que ha ido creciendo. Con los años, el esfuerzo es más mental que físico: hay que encarar el propio trabajo con seriedad, hay que intentar que no triunfe la rutina y el público advierta que se trata de un ejercicio mecánico. Hay que conseguir que todo esté perfecto y al mismo tiempo vivo».

Advirtió que para el artista «Es fundamental no perder el sentido de la propia dimensión y la humildad».

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