La Segunda Guerra Mundial dejó muchas huellas en suelo ruso. Para algunos probablemente es como si no hubiese terminado del todo. Oficialmente la II Guerra Mundial, o Gran Guerra Patria -como le llaman los rusos-, duró del 1 de septiembre de 1939 al 2 de septiembre de 1945. Seis años de muerte, calamidad, exterminio, holocausto… donde perdieron la vida entre 27 y 37 millones de habitantes de la Unión Soviética.

Pasados 75 años y ocho meses del final de la contienda bélica más grande de la historia, en la Rusia de hoy, continúan las excavaciones en los sitios de batallas pasadas para encontrar entierros de los soldados sin nombre del Ejército Rojo.

Por su parte los científicos, literalmente, siguen hurgando bajo microscopios los territorios del despliegue de los ocupantes y sus consecuencias. Por ejemplo, a estas alturas continúan elaborando un registro de diferentes especies vegetales que fueron introducidas en Rusia por los alemanes del III Reich. Hasta la fecha, se han identificado más de 45 especies de este tipo, tal y como ha dado a conocer la versión digital del periódico Moskovsky Komsomoletz (MKRU), un periódico de los jóvenes komsomoles capitalinos fundado en tiempos de la Unión Soviética.

Si bien formalmente, la Segunda Guerra Mundial ha sido considerada una guerra de motores, con un enorme despliegue de aviación, tanques, vehículos blindados de transporte de personal, etc, parecería que en el ejército alemán, armado hasta los dientes, no habría lugar para algún tipo de tracción animal. Sin embargo, se ha conocido que la división de infantería nazi, que contaba con cientos de tanques, motocicletas y otros equipos, el personal contaba también… con más de 5 mil caballos, por solo citar un ejemplo.

Según el plan Barbarroja, en junio de 1941 los alemanes tenían 625 mil caballos en el Frente Oriental, y ya en 1942, la nada deleznable cifra de 1,25 millones de ejemplares equinos. De modo que para los servicios de retaguardia fue un gran problema alimentar a este «ejército» de cuadrúpedos. Después de todo, un «caballo de fuerza» al día consumía unos 10 kilogramos de forraje.

Tras un discurso de Stalin en 1941, el Ejército Rojo, al retirarse, quemó detrás de sí todos los suministros que no pudo enviar a la retaguardia. En cuanto a la preparación de forraje para los animales, los alemanes en los territorios ocupados encontraban cenizas: ni heno, ni paja. La población local había saboteado de todas las formas posibles la obtención de alimentos para el Reich. Así que los alimentos para los caballos, tenía que ser suministrados desde Alemania a través de cientos de kilómetros.

Junto con el heno y la paja alemanes, también llegararon las semillas de estas plantas al territorio de la antigua Unión Soviética. Sus huellas permanecen hoy en la Rusia central, y fueron dejadas allí, sembradas, entre 1941 y 1943, en el territorio ocupado entonces por formaciones del Grupo de Ejércitos «Centro». Hoy los botánicos están encontrando esas huellas.

“El heno de Alemania para el Grupo de Ejércitos del «Centro» requirió cientos de miles de toneladas”, según ve las cosas Andrey Shcherbakov, doctor en Ciencias Biológicas, investigador de la Universidad Estatal de Moscú. Primero, fue necesario transportarlas por ferrocarril a Rusia, donde fueron descargadas en sabe Dios qué estación del interior, para transportarlas a los principales almacenes del ejército. Luego desde allí fueron transportadas a divisiones, regimientos y compañías. En cada etapa, tal vez sin que se lo propusieran los mandos alemanes, despertaron esas semillas de varias hierbas extranjeras, que dieron sus brotes en territorio ruso.

Dice que para estudiar la situación, los botánicos de la Universidad Estatal de Moscú, el Jardín Botánico Principal de la Academia de Ciencias de Rusia, las universidades de Tver, Smolensk, Orel, Bryansk realizan expediciones conjuntas dos veces al año, al principio y al final de la estación. Teniendo en cuenta que estos estudios en Rusia comenzaron a realizarse 75 años después de la ocupación, se puede hablar de un impacto significativo de las polemohores (como se llaman las plantas traídas durante las operaciones militares) sobre la flora aborigen.

Según los estudios, la mayoría de las veces se encuentran en lugares de anclaje alemán a largo plazo. En las áreas de los antiguos almacenes del ejército y estaciones de unión ferroviaria en ese momento, donde se recibían los cargamentos de la Alemania nazi.

Los científicos prestan atención al hecho de que los lugares de concentración de hierbas extrañas también se encuentran directamente en las antiguas posiciones de combate. En el área de la cabeza de puente de Rzhev-Vyazemsky (región de Tver), donde se libraban feroces batallas. En algunos de esos lugares se volvieron masivas.

Como dicen los expertos militares, los alemanes, que tenían una rica experiencia en combate, camuflaron de manera competente sus fortificaciones. «Cuando la nieve se derretía, contra el fondo de hierba seca, la tierra roja de las trincheras quedaba expuesta, lo que el enemigo pudo ver claramente y hacia donde dirigía sus disparos».

Desde el otoño, los alemanes sembraban sus fortificaciones con mezclas de pasto, las cubrían con paja y en la primavera todo se veía uniformemente parejo. Esto permitió a los soldados de la Wehrmacht ocultar puestos de tiro, monitorear al enemigo, y establecer colonias de francotiradores.

La cuestión es que hoy existen muchas semillas extrañas en suelo ruso.

Consecuencias de las guerras

Este tipo de fenómeno no ocurrió solamente en la Rusia soviética durante la II Guerra Mundial. Es lógico que el Ejército Rojo también dejó su marca indeleble de hierbas nobles rusas cuando lanzó una ofensiva a gran escala y llevó a los nazis hasta Berlín. En particular, en el Oder, de los lados polaco y alemán.

Más atrás en el tiempo, en 1814, los cosacos rusos, que tomaron París con la llamada Sexta Coalición (Rusia-Prusia-Austria) después de la derrota del ejército de Napoleón, dejaron allí 4 o 5 tipos de hierbas que llevaban consigo, como el bolso de pastor, el té de sauce y otras más, según dicen ahora los científicos rusos, no se sabe si para un poco equilibrar el orgullo patrio.

Ahora, la real dificultad para los investigadores es separar el grano de la paja, y poder determinar con certeza cuáles plantas fueron llevadas a Rusia durante la conflagración bélica con los fascistas y cuáles no. Por esta razón, los científicos han desarrollado todo un sistema de «filtros», gracias a los cuales es posible restaurar la «biografía del extraterrestre», según en MK.

Incluso los botánicos experimentados, que estudian los hallazgos, no siempre pueden determinar su tipo, clasificándolos como plantas relictas que han sobrevivido milagrosamente desde la antigüedad y que deberían proteger como la niña de sus ojos. En algunas regiones de Rusia, estas especies incluso figuran en el Libro Rojo como especialmente protegidas. Quizás, los botánicos franceses, que no están familiarizados con la flora rusa, puedan asumir el té de Ivan como un hallazgo raro.

Los botánicos rusos incluso han hallado plantas provenientes de los Estados Unidos, que accidentalmente les llegaron con suministros militares en el marco de Lend-Lease, aquella Ley de Préstamo y Arriendo, según la cual los Estados Unidos le suministró alimentos, petróleo y material militar a Reino Unido, al gobierno en el exilio de la Francia Libre, a la República de China y más tarde a la Unión Soviética y otras naciones aliadas, entre 1941 y agosto de 1945.

En las cercanías de Gatchina, en la región de Pavlovsk cerca de San Petersburgo, y cerca de Velikie Luki (región de Pskov) hoy existen prados milagrosos con hierbas incluso de la Península Ibérica. ¿Cómo llegaron hasta allí? ¿Qué tipo de viento sopló? Pues, los científicos barruntan que ocurrió también durante la guerra. España, que supuestamente permaneció neutral durante la Segunda Guerra Mundial, suministró activamente al ejército alemán forraje para caballos, por eso sus hierbas permanecieron en tierra rusa.

Sin embargo, los científicos creen que la naturaleza debe manejarse con mucho cuidado. Algunas especies de plantas, al encontrarse en un entorno climático diferente, pueden convertirse en un arma biológica real. Como ejemplo, plantas del género ambrosía, que también se encuentra en la región de Moscú, y en el sur de Rusia, tienen la propiedad de provocar fuertes alergias. En la región de Moscú, afortunadamente, el polen no tiene tiempo de madurar y, en este sentido, todo está más o menos tranquilo. Pero esto es por ahora. Nadie sabe cómo se comportarán en el futuro las especies importadas de tierras lejanas.

El arce americano está reemplazando a árboles nativos a lo largo de los ríos. En Moscú, cerca del río Setun, o en Oriol, a lo largo del Oka, ya existen plantaciones enteras, que han tomado el lugar de los abedules.

«Las especies extrañas llegan a nosotros, donde no tienen enemigos naturales, y algunas de ellas se introducen en nuestro ecosistema y comienzan a arrasar», ha dicho Andrey Shcherbakov.

Afortunadamente, la mayoría de las plantas exóticas son completamente inofensivas para la salud humana. Pero, extendiéndose, a veces suprimen las hierbas medicinales domésticas, como ya ha ocurrido.

¿Por qué los científicos desperdician tiempo y energía en «cosas de tiempos pasados»? Algunas de las plantas invasoras fueron consideradas erróneamente relictas, requiriendo una protección especial. Y tales eventos no son baratos.

La palabra relicta remite a los remanentes sobrevivientes de fenómenos naturales, o a especies vivas con una distribución muy reducida por causas naturales o menos frecuentemente por causa del ser humano, comparada con la que anteriormente tuvieron. Las especies actualmente en peligro de extinción son en su inmensa mayoría especies convertidas en relictas por el ser humano.

Sabiendo qué plantas son capaces de mantenerse durante mucho tiempo en lugares de deriva o incluso asentarse e introducirse en la naturaleza, se pueden orientar los servicios fitosanitarios para rastrear a estas especies botánicas extranjeras, no deseadas.

¿Existe en República Dominicana algún tipo de estudio acerca de esto?

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