Pedro Castillo, gerente del Spa y su eficiente gerente Gabriela.

Releer a Margarite Duras en El amante, que leì en 1986 en la primera edición de Tusquets Editores (1984) es ahora un placer digital, ates lo fue de papel. El tercer párrafo es el que realmente lo dice casi todo. «Muy pronto en mi vida fue demasiado tarde. A los dieciocho años ya era demasiado tarde. Entre los dieciocho y los veinticinco años mi rostro emprendió un camino imprevisto. A los dieciocho años envejecí. No sé si a todo el mundo le ocurre lo mismo, nunca lo he preguntado. Creo que me han hablado de ese empujón del tiempo que a veces nos alcanza al transponer los años más jóvenes, más gloriosos de la vida. Ese envejecimiento fue brutal».

Y uno se pregunta si solamente fue un complejo de fealdad que arropó a la escritora o ese envejecimiento fue real. De cualquier manera, quizás Chantal, la mulata china que me dará el masaje tenga la solución.

PedroCastillo, el gerente del Solaya Spa Eden Roc by Natura Bissé, me invitó. Y le dijo a la venezolana Gabriela, dale un recorrido. La venezolana es la joven bella que pudo haber sido Margarite Duras a los 25, solo que su cutis y su piel en general están muy cuidadas.

El spa está diseñado interiormente para sentirse cómodo, atendido, querido y a gusto, como para no querer salir de él. Hay salones de espera, lockers, salones de masajes, que incluyen jacuzzis, hay sauna y baños de vapor, y arriba el gimnasio y una salen de yoga y pilates.

Estoy en el salón de espera, vestido con una bata de baño y unas chancletas de goma. Enseguida Chantal viene por mí y me guía a su guarida. Hay una música suave, indirecta, relajante. Lo voy a dejar solo para que se quite el albornoz y se acueste boca abajo en la camilla, tápese con esta sábana, señala. Hago lo que me indica y me quedo en los calzoncillos desechables de color negro que estaban en el locker. Ya boca abajo en la camilla, comienza el viaje.

Y regresa Margarite Durás por los pasillos de la memoria: «Las manos son expertas, maravillosas, perfectas. He tenido mucha suerte, es evidente, es como un oficio que tiene, sin saberlo tiene el saber exacto de lo que hay que hacer, de lo que hay que decir».

Uno se deja llevar por la energía que primero Chantal anuncia y que después susurra, y luego del ritual de las semillas en la mano y los ojos cerrados y los aromas, comienza el paciente arte de reacomodar músculos, estaciones del año en la piel. La espalda, los escalones de la espalda, desde los nudos de los hombros y los omóplatos, desciende vértebra a vértebra, con un arte asiático, quizás de Saigón, como los personajes de El amante. Por ahí hay un buda más quieto que el mar de la Tranquilidad.

La cintura, los huesos de la cadera. Y vuelve el ritual de manos diestras a la nuca, a la cabeza, y desciende otra vez a domar los hombros, las tensiones de hace varios años que habitan en los hombros. Chantal alza la sábana y dice que me ponga boca arriba. Toallas cálidas, manos cálidas, ungüentos cálidos. E inicia el masaje desde las plantas de los pies cada huesito, cada falange, cada dedo, las piernas y luego con sus antebrazos trabaja arduo en los muslos, donde también hay nudos de músculos tensados.

Volverá a los hombros, la nuca, la regiòn occipital del cráneo. Descenderá con sus manos a los antebrazos, los brazos y las falanges de los dedos. Una vez más llegará hasta los hombros. Y es cuando quitarás las almohadas debajo de las pantorrillas y colocará las chanclas de goma en los pies.

Chantal, con su suave voz dice que me vista, y se deshacen las corrientes que danzaron por el río Mekong, leyendo El amante, de Margarite Durás, aquella niña linda que según ella, ya de muchacha, se puso fea.

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