Foto: Alfonso Quiñones

SD. Xiomara Rodríguez cumple, bien cumplidos por su excelencia, 40 años en la escena. Su Shirley Valentín, que se presenta por última vez este domingo 30 de septiembre, es la más contundente demostración de su capacidad de desdoblamiento, de la facilidad para asumir las transiciones, y de la profundidad con que es capaz de adueñarse de un personaje. Y es, claro está, la mejor manera de festejar un aniversario, que no todos logran, ni todos tienen su calidad para ser aplaudidos como ella lo merece. ¿Alguien en el Ministerio de Cultura se habrá acordado de al menos entregarle un ramo de flores?

Yo amo a Shirley Valentin (Shirley Valentin, título original en inglés), la aclamada obra de la dramaturga inglesa Willy Russell -autora también de Educando a Rita y Hermanos de sangre, entre otras, especialmente musicales como John, Paul, George, Ringo… y Bert-, fue estrenada en 1986 en el Everyman Theater de Liverpool, y su versión cinematográfica en 1989.

Una escena del monólogo (Foto Alfonso Quiñones)

En 1988 la obra obtuvo el Laurence Olivier Award por la Mejor Comedia Nueva, también a la Mejor Actriz.
Al año siguiente ganó el Drama Desk Award a la actriz más sobresaliente en escena. El Outer Critics Circle Award a la Mejor Actriz; el Tony Award a la Mejor actuación de una actriz principal; y el Theatre World Award por el Mejor Debut en Brodway.

En fin, estamos hablando de una obra de extraordinaria trayectoria, que sigue poniéndose en escena 32 años después; ésta gracias a la producción de Raúl Méndez, y a la dirección de Gilberto Valenzuela a partir del texto traducido por Johana Rosaly y la adaptación de Aidita Selman.

Preguntándose qué le ha pasado a su juventud y sintiéndose estancada dentro de la rutina diaria, Shirley se encuentra regularmente sola y hablando con la pared mientras prepara una cena de huevo y papas fritas para su marido emocionalmente distante. Cuando su mejor amiga le ofrece pagar un viaje de dos a Grecia, ella empaca sus maletas y se dirige a una quincena de descanso y relajación. En Grecia, con un pequeño esfuerzo de su parte, redescubre todo lo que se había perdido acerca de su existencia. Ella encuentra tanta felicidad, de hecho, que cuando las vacaciones terminan, decide no regresar, abandonando a su amiga en el aeropuerto y regresando al hotel donde se había quedado para pedir un trabajo y vivir una vida nueva.

Este intenso monólogo, adaptado a la realidad y el entorno dominicano, se hace creíble, y transcurre de manera orgánica, gracias al desempeño de Xiomara Rodríguez, concentrado en llevar sobre sus hombros una hora y cuarenta minutos aproximadamente en escena, de esta historia que hace reír, pero sobre todo reflexionar.

Xiomara Rodríguez establece una conexión inmediata con el público (Foto: Alfonso Quiñones)

Admiro en Xiomara Rodríguez sus magníficas transiciones de la alegría a la tristeza, del miedo a la valentía, de la opresión a la libertad.

Bien solucionados los cambios espaciales a través de la escenografía de Fidel López y del diseño de luces, de Bienvenido Miranda, sobre una banda sonora casi imperceptible.

Yo amo a Shirley Valentin, es una comedia arriesgada, mucho más en aquella época de su estreno mundial. Pero en su puesta dominicana, se convierte en un grano de arena más en el necesario empoderamiento de la mujer, en la asunción cada vez más imprescindible de sus derechos, sin que necesariamente la obra hable explícitamente sobre eso.

Pero a la vez es una llamada de atención de la necesidad de vivir la vida de manera intensa e interesante, de revelarse contra la rutina y los miedos. No solamente de las mujeres, sino claro está, también de los hombres.

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