Tengo cuatro padres poéticos a los cuales venero: Eliseo Diego cuyo centenario fue este 2 de julio del 2020, Raúl Ferrer (quien hubiese cumplido 105 años el pasado 4 de mayo), Rafael Alcides Pérez (1933-2018) y Raúl Rivero (1945). De todos mi compadre es el único vivo y actuante. En ellos cuatro está casi toda la geografía de Cuba: La Habana, Yaguajay, Barrancas y Morón.
Cuando regresé de Moscú -con mucho mundo y aprendizaje, creía yo-, más o menos a la tercera semana o al mes, Raúl Rivero tomó un avión junto a su entonces esposa, la actriz Coralita Veloz, y fueron a Manzanillo. Por aquellos días yo estaba deprimido, me pasaba las horas en un banco del parque Céspedes, viendo la vida pasar, con un título universitario, sin trabajo, sin amor y sin pocas cosas de las cuales hablar con mis padres, que se desvivían por darme todo. «Vinimos a buscar a Alfonsito, no puede seguir aquí, se va a morir de tristeza. Nos lo llevamos para La Habana. Le encontramos un cuarto alquilado». Mis padres estuvieron conformes.
Entonces me fui a vivir al apartamento de la inolvidable Lula en 25 y J, en el Vedado. Allí vivían alquilados el también poeta Manuel Vásquez Portal y su hermana, con su hijo. Decía entonces Manuel, quien también había entrado al palacio de Lula por el mismo cuartico que yo ahora ocupaba, que de tan escueto que era en vez de entrar en él, me lo ponía. Allí nació, entre la estrechez, la nostalgia y la sobrevivencia, mi primer libro: Cuarto alquilado, que ganara en 1987 el Premio David de Poesía, el mismo que ganara Raúl Rivero en 1969 con Papel de hombre, que fue quien me ayudó a pulir los versos y a armarlo, después que Blanca la secretaria de mi inolvidable amigo Onelio Jorge Cardoso, presidente de la Asociación de Escritores, me ayudara a pasar el libro a maquinilla en original y dos copias.
A Raúl Rivero le debo mucha poesía, mucha sobrevivencia, mucha amistad y le profeso una admiración y un cariño de aquí a la Luna ida y vuelta. Su sentido del humor es proverbial y su sabiduría que ya escala con entusiasmo la búsqueda de los 75 años de edad (23 de noviembre de 1945), ha estado signada desde siempre por el sentido ígneo de la poesía y por un estilo inconfundible (donde mezcla imágenes únicas, símiles sorprendentes, con enumeraciones de vértigo, sobre una cálida y suave -a veces borrascosa- nube de ironía) que ha chamuscado las alas a más de uno de sus muchos seguidores o discípulos, entre quienes me encuentro.
Su generosidad para conmigo es impagable. Cuando salió mi antología personal El Libro de los Olvidos (Editora Nacional, Santo Domingo, 2012), gracias a la insistencia del poeta y entonces ministro de Cultura, José Rafael Lantigua, no se hizo esperar el aliento y la calidez de su escritura periodística desde su columna Diario Libre, del periódico español El Mundo.
Nunca finaliza mi asombro por la vitalidad poética de una de las voces fundamentales de la poesía cubana de todos los tiempos, a la cual se le deben también otros libros como Poesía sobre la tierra (1972), Corazón que ofrecer (1980), Cierta poesía (1981), Poesía pública (1983), Escribo de memoria (1985), después del cual vino un largo paréntesis, aunque nunca dejó de escribir. El paréntesis tuvo que ver sobre todo con la firma en 1991 de la Carta de los Diez, que lo convirtió en un disidente, proceso en espiral que tuvo su eclosión el 4 de abril de 2003, cuando en juicio sumario, fue condenado a 20 años de cárcel. En el extranjero aparecieron sus libros de poesía Firmado en La Habana (1996), Herejías elegidas (1998 y 2003), Estudios de la naturaleza (1997), Puente de guitarra (2002), Orden de registro (2003) Corazón sin furia (2005), y Contraseña para la última estación (2018). Sobre este último me ha dicho este viernes: «Tú sabes que esa es la despedida».
La mayor y quizás más significativa parte de su obra ha sido publicada exclusivamente fuera de Cuba, lo cual lo ha convertido en un poeta paria, pretendidamente silenciado entre sus lectores. Lo cual, como se sabe, no siempre se logra, gracias a que hoy existen las redes sociales. Y es uno de los poetas más buscado de los poetas jóvenes cubanos.
Hay en su verso algo que lo salva siempre sobre las circunstancias que son la vida misma, y es el sentido del amor y el desamor, como el credo de los viejos boleristas, esos aedas de los bares, que convivían con nuestras generaciones y que ya son piezas en desuso -como lo vamos siendo nosotros mismos-, dentro de una cultura que se ha desdibujado, tornándose en una acuarela mojada, con la superficialidad como eje de vida, y la mayor de las banalidades que es la tontería ideológica, el aplauso patético y la filosofía de los primeros recolectores primitivos, que vivían de la fruta que estaba en el suelo.
Su poesía se ha ido tornando de coloquial y de trincheras en sus inicios -en medio del romántico colofón de una revolución que había bombardeado los cimientos de la sociedad cubana- a un lirismo hereje y coloquial, más personal y menos colectivo, donde siempre prima el verso prístino, el adjetivo exacto, la intensión de una gallardía de la palabra, bautizada con el santo y seña de las lecturas y amistad de grandes poetas y escritores, desde Cervantes a Nicolás Guillén, desde José Antonio Méndez a García Márquez, desde Ñico Saquito a Roque Dalton, desde Ramón Veloz a Ernesto Cardenal y desde Vargas Llosa a Manuel Díaz Martínez. Por solo citar unos pocos amigos cercanos.
A veces un verso se convierte en ritornello, como interludios de estrofas de un aria. Y ese verso, con casi imperceptibles variaciones, ofrece un ritmo y una seducción a la lectura en lo cual es un maestro, como en el poema Recado (2004), donde comienza diciendo «No le digas, Ciudad, que he vuelto a verla / y vine a renacer en su perfume / a dormir bajo las arboledas / corruptibles y puras de su carne…» para volver en la segunda estrofa: «No le digas, Ciudad, que aquí he llorado…», y en la cuarta: «No la saques, Ciudad, de ese camino / donde la tiene retenida el sueño / ni le digas que callo y estoy triste / y puedo estar alegre al mismo tiempo», para rematar de este modo: «No le digas, Ciudad, que vine a verla».
Su obra poética -compuesta por sucesivos cuadernos que no llegan a 90 páginas-, es concisa y de alto vuelo, donde casi siempre la mujer es el centro del asunto, asumiendo a veces un tono enigmático (como en «¿Nada?» (2003)) o un tono de plegarias y otras de cantos o de aquellos viejos cancioneros (que nunca conocerán los millenials), con poemas compuestos también de finales casi siempre contundentes. Otras veces lo son la muerte, el padre, la lejanía, mamá, la memoria, sus hijas, la ciudad, la prisión, el desarraigo, el exilio, la libertad, el adiós.
Aquí algunos poemas de Raúl Rivero:
Propiedad privada
Esta mujer es mía
mi instinto de animal
no me permite prestársela a un amigo.
No la comparto
ignoro si me presento ahora
como un monstruo ante ustedes
pero no cedo, no la doy
no le permito que entregue a nadie más
su corazón que a mí.
Esta mujer es mía
míos son sus afectos y sus lágrimas
su amor, su juventud
su carne, su tristeza
sus desesperaciones, sus manías
sus malas noches, sus dolores
sus amarguras y sus sufrimientos.
Esta mujer es mía
no la comparto
no la entrego
la defiendo de extraños
la resguardo de cataclismos y epidemias
la alimento y alimento a sus hijos
la abrigo y la poseo
le canto y la fecundo.
Ésta es la realidad.
Juzgadme con mesura
profundizando bien sobre estas cosas
y vamos todos a firmar este poema
en La Habana
en la década del 70
en medio de una lucha feroz por ser mejores
porque más nadie escriba nunca esta mujer es mía
como si fuera un libro o una lámpara.
Firmemos, ayúdenme a testimoniar este momento
queridos contemporáneos míos.
Tedio de vasallo
Los tiranos intensos
son los breves
los fugaces.
Esos sí son tiranos interesantes
fundadores de la inquietud.
No así estos tipos eternos y aburridos
toda la vida en el poder
tanto tiempo que uno termina por quererlos
que uno termina muerto de amor por ellos.
Que
Que uno
Que uno termina
Que uno termina muerto.
Descubrimiento
Gloria, la patria es el patio de tu casa.
Tu libro de autógrafos y el disco de Paul Anka.
El cementerio
del pueblo donde nacimos.
Las tejas rotas del palomar que hizo tu padre.
Tu entrega y tu renuncia.
Tu Biblia y La edad de oro.
Tú a los diez años y el uniforme azul y el monograma.
Patria
Gloria, es
un accidente cardiovascular y un columpio.
Una laguna, un dolor precordial
y las décimas del Valle de las Garzas.
Tu patria, Gloria
tu patria
iba contigo llorando en un avión.
Donde clamo por Ángela
Y te busqué por pueblos,
Y te busqué en las nubes.
José Martí
Ángela, me dabas fiebre
me moría recorriendo tu cuerpo lleno de sobresaltos
y palabras inimaginables a tus catorce años.
Ángela, me hacían temblar tus piernas prodigiosas
tus senos con sabor a chocolate
duros
como marcando un precipicio por el que me hundía
increpado violentamente por tu demagógica inocencia.
Ángela, qué será de mí este sábado en que invento un rostro
te llamo por tus dos apellidos a lo largo del malecón
registro cines, parques
y no encuentro siquiera la sombra de tu sombra.
Ángela, cómo pasan los meses
cómo te me has ido desvaneciendo
el tiempo es un animal revolcándose en tu piel
rompiéndola.
No dejes que te acabe
regresa
vuelve a vivir conmigo,
Ángela, amor, hija de la gran puta,
vuelve a darme tu fiebre.
Teatro
Pasó que no nos conocimos.
Eramos los personajes
que el otro añoraba que fuéramos.
Así es que aquellos años
los perdimos
haciéndonos que amábamos.
Eso pasa, señora de Valdés
eso sucede hasta en las mejores
familias de palabras.
Yo quise a una mujer
que Ud. no era
y Ud. a un personaje que bordé
para que me quisieran.
Hemos querido a unos fantasmas.
Sin embargo, hay partes del drama
que recuerdo
y bocadillos que dije con ternura
y hay noches en que me gustaría
volver al escenario
a reencontrarle con aquella investidura
para besar en falso
esa boca de horno de carbón
y miel de abejas.
(2003)
Nota final
Le temía a tu cuerpo
no al alma sin réplica
y rocío
que usabas como ropa de dormir.
A la lava sin rumbo
que desbordaba la sábana
y quemaba las flores
nunca al dibujo de tus ojos
que de repente pedía
compasión o cariño.
Fue tu follaje exterior
impredecible, desbocado, coral
y fueron las erupciones que adiviné
los estremecimientos
y la densidad del polvo que te hizo
lo que produjo mi estampida.
Me fui porque en ti triunfa
un animal espléndido
y yo era un hombre enamorado
sin corazón de domador de circo.
Foto en La Habana
Mamá y yo estamos solos otra vez
como a finales de los cuarenta.
Solos, en una casa ajena
contándonos los sueños de la noche anterior
( en los de ella siempre lloran dos viejos
y a mi se me va un tren, un avión y un coche de caballos).
Solos mi madre y yo
desamparados porque Papá no vino, no viene, no vendrá
y además porque su hijo menor vive en otro país
y mi hija mayor también se fue.
Mamá y yo estamos en los noventa
en el final del siglo
otra vez solos frente a frente
sin preguntarnos como será la vida
más bien dándonos detalles de cómo fue.
Dolor y perdón
Ahora me propongo perdonarlo todo
para dejar limpio mi corazón cansado
dispuesto solo a la fatiga del amor.
Así es que los culpables directos de mis furias
los arduos artesanos de mis penas
son inocentes después que firme este poema.
Nada tengo ya contra quienes usaron mi vida
mi única y pobre vida pasajera
para tocar la gloria y vivir en su vana geografía.
Comprensión y complicidad
ante las dulces muchachas trasvestidas de brujas
que solían dejarme en la ciudad
estrujando mi sombrero de paño.
Absueltos los difamadores y los tontos
olvidados los policías que me hostigaron
borrados de la memoria
los que asaltaron mi casa con una orden de registro.
En un limbo de otra constelación
el que firmó la orden
y ordenó los castigos.
Un poco mas allá
el que hizo salir a mi hija Cristina
de su patria y a mí de la razón.
De estos miedos y esas ansiedades
de esta estación de escombros y fulgores
tienen la culpa los días de la semana.
Esos lunes con filo de navaja
los martes romos, neutrales y tenaces
y el día miércoles con sus ínfulas de puente corroído.
El jueves con cara de extranjero
el viernes y sus ríos de vanidades
el sábado traidor y encapotado.
Los domingos pueriles y vacíos .
Ellos son, seguramente, los culpables
empecinados en la servidumbre
del Padre Tiempo Eterno
que hoy dispone mi vejez
para que olvide.
Patria
Patria, tú me dolías
y era como un beso y una herida
así de dulce y hondo
así de importable y tierno
ese dolor.
Yo te dolía
pero era ínfima mi punzada
sin dimensión para cambiar el viento
ni registro para llamar el agua
era un dolor de espinas enconadas
de agujas y alfileres
una molestia familiar, doméstica
aliviada con sal, tilos, cañasanta
con ungüento mentol y una mentira.
Patria, yo me metí en tus llagas
y llevé la inocencia en ese viaje
convoqué una canción en tus tristezas
canté tus guerras y lloré mis muertos
exalté tus héroes y rimé tus palmas
describí tus paisajes con palabras
y amor y melodías
exageré tus ríos, magnifiqué los montes
te robé de otros mares y su salinidad.
Dije barrancos y honduras luminosas
manatí como un Dios desolado
serventías por si eran secos y angostos los caminos.
Nunca fuiste una extraña forastera
sino mi madre que se hacía más vieja
más pura y más cercana
mis hijas a quienes enseñé
el espíritu y la letra del Himno Nacional
y todo el color de la bandera
mi padre allá en tus jugos elementales.
Eres toda la hierba que he tocado
Y toda la tierra que me reclama
que en lo oscuro eres tú
porque eres todo
y todo eres cuando estoy ausente
y duermo en un hotel y tengo frío
y en tu difuso mapa de neblina
yo soy un niño que recita versos
mirando el sol desde tus fronteras.
Patria mía, eres un problema complejo
sobre el mar una islita que preveen
los manuales y la geopolítica
las versiones de los mercaderes
que buscaban oro y descubrieron indios
que rastreaban plata y encontraron hombres.
Patria, tú me vivías
y yo era, soy seré el dueño de mi casa.
Te habitaba
te habito
vivo en ti
controvertida patria que denigran
nuestros pobres traidores
desde una micrófono o una mecedora de mimbre
desde una infamia o desde las planillas despiadadas
detrás de una calumnia o detrás de un buró
desde la muerte o la arbitrariedad
en un reino suntuoso o un suntuoso reino.
Mujer que no apareces, que no puedo tocar
no escuches sólo de la Patria el grito
y trae a mi vida
un corazón marcado como un as de corazón
para ganar todas las patrias del amor
Yo te soñaba, Cuba
para nacer aquí
y querría venir para tenerte
dejarte la canción y el olvido
de lo que fuimos siempre
cuando ya no dormías
serena y sumergida.
Yo sé escribir tu nombre
lo escribí sin saber que eras
toda esa inmensidad que es este mundo.
Me lo dijo mi abuelo que venía
de una laguna donde se había estrellado el cielo.
Te conozco, Patria
te conozco
y una definición insulsa
se parece a mi traje.
Yo te conozco
personalmente, digo
y es en la inmensidad de esta aventura
donde te puedo conocer.
Tierra que sufro
que nos sufrimos
y nos sufriremos.
La noche es nuestra
porque hemos surgido de la noche
y fuimos a tu luz
la incandescencia terrenal
la luminosidad que entregas
a unos hijos y a otros
para que al menos tengamos
la misma claridad
a la hora de vivir y de morir.
Ya los legítimos no podemos
soportar las sombras.
Patria, todo esto es el amor
tú me dolías.
(1996)
Envío a una dama dominicana
¿Tú sabes lo que pasa, Margarita
que en tu casa en 1978
vi pasar la libertad
la vi en el jardín
durmió en la habitación frente a la mía
y como no la conocía
la dejé ir?
Ya no me importa si estábamos
en Panamá o en aquella mansión de San Jacinto,
cerca del mar
o en la calle Tajín (¿Julieta, Lorenzo,
cual es el número de aquel apartamento?) de Ciudad México.
No sé si va demasiado tarde
este mensaje para que me perdones.
Como tampoco ahora sé
si tendré tiempo de ser libre, Margarita.
Orden de registro
¿Qué buscan en mi casa estos señores?
¿Qué hace ese oficial
leyendo la hoja de papel
en la que he escrito
las palabras «ambición», «liviana» y «quebradiza»?
¿Qué barrunto de conspiración
le anuncia la foto sin dedicatoria
de mi padre en guayabera (lacito negro)
en los predios del Capitolio Nacional?
¿Cómo interpreta mis certificados de divorcio?
¿Adónde lo llevarán
sus técnicas de acoso cuando lea las décimas
y descubra las heridas de guerra
de mi bisabuelo?
Ocho policías
revisan los textos y dibujos de mis hijas
se infiltran en mis redes afectivas
y quieren saber dónde duerme Andreíta
y qué tiene que ver su asma
con mis carpetas.
Quieren el código de un mensaje de Zucu
y en la parte superior
de un texto críptico
(Aquí una leve sonrisa triunfal del camarada):
«Castillos con caja de música.
No dejo salir al niño con el Coco. Yeni.»
Vino un especialista en intersticios
un crítico literario con rango de cabo interino
que auscultó a punta de pistola
los lomos de los libros de poesía.
Ocho policías
en mi casa
con una orden de registro
una operación limpia
una victoria plena
de la vanguardia del proletariado
que confiscó mi máquina Cónsul
ciento cuarenta y dos páginas en blanco
y una papelería triste y personal
que era lo más perecedero
que tenía ese verano.
Grave
No quiero que me salve nadie.
Así es que quien me está
enviando esos pensamientos
esos mensajes presuntuosos
que se vaya con su música a otra parte.
El oxígeno, quítenlo ya
renuncio al suplicio de una máscara.
Y esa pintura negra
que viene de los pedregales
no puede disimular
mis fatigas, ni la parsimonia
o la terquedad con que las llevo.
La gasa, la tensa gasa
solo redime las quemaduras
a flor de piel
de modo que nada puede hacer
cuando el ardor va en la memoria
y la llaga no es un punto en el cuerpo
sino un país donde se ha prohibido la armonía.
Que retiren la luz
porque desde que empezó esta angustia
soy adivino.
Que no traigan algodones
porque me parecen nubes de azogue
y nieves premeditadas
y ya -como cuando era niño y me querían-
me da miedo la lluvia
y me hace daño el frío.
Nadie cerca de mí
porque puedo ser majestuoso
y eso es otro peligro.
Ahora que la muerte se vistió
(ahora que la están peinando)
y le planchan el uniforme de faena
le ponen arrebol y le pulen las condecoraciones
no quiero que me salve nadie
voy a ver si me puedo levantar
yo solo.
(2002)
Alfonso Quiñones (Cuba, 1959). Periodista, poeta, culturólogo, productor de cine y del programa de TV Confabulaciones. Productor y co-guionista del filme Dossier de ausencias (2020), productor, co-guionista y co-director de El Rey del Merengue (en producción, 2020).