(Todas las fotos fueron realizadas por Alfonso Quiñones)

La puesta en escena de «A puertas cerradas», de Jean Paul Sartre, abre de nuevo las puertas de la Sala Ravelo del Teatro Nacional Eduardo Brito, este fin de semana y la semana de arriba desde el jueves, por la Compañía de Actores de esa institución.

Se trata de un drama de mucho diálogo y de una densidad considerable en los planteamientos existencialistas, que definen los cuatro personajes que intervienen. Un viaje a las contradicciones de cada personalidad, y las consecuencias de sus actos, porque son estos y no los pensamientos los que definen la esencia del ser humano.

«A puertas cerradas» se estrenó en París, en mayo del 1944, cuando aun faltaban meses para que terminara la Segunda Guerra Mundial, y ha regresado a escena bajo la dirección general de Carlos Espinal, con las actuaciones de José Lora (Checho), Sabrina Gómez, Ana Rivas, quienes son actores de planta de esa compañía y la participación de la actriz y bailarina Patricia Ascuasiati. La obra subió a escena en el país (desconozco si en el pasado se había montado), durante el mes de julio pasado. Y el jueves comenzó una nueva temporada por dos fines de semana.

Muy destacable es la labor del maestro Dante Cucurullo, que aporta la música de un piano en vivo, que se convierte por su acentuación y espíritu trágico, con efectos sonoros percutidos en el piano (al modo de la música llamada contemporánea, con el aleatorismo en extenso), casi en un personaje más, prácticamente desde el primer al último segundo de la obra, que arranca interpretando algo muy parecido al Vals Triste de Jean Sibelius.

La escenografía es un tanto posmoderna, combinando paredes planas de un azul cielo, con el piso rojo fuego y una puerta barroca dorada, que se abre o cierra con la llegada de los personajes, como si fuese un gran ascensor con un espejo donde la luz refractada habla con destacados significados. En ese entorno son conducidos los personajes por el misterioso Camarero a un salón que cuenta con tres muebles, una estatua de bronce sobre una chimenea y un cortapapeles.

En ese entorno Gacin, Estelle e Inés van repasando su vida y confesando progresivamente los actos que les han llevado hasta allí. Al principio y al final, se proyectan imágenes de fragmentos de obras plásticas relacionadas con el tema.

Cuando se abre esa puerta y aparece El Camarero, interpretado por Patricia Ascuasiati, un personaje que fue concebido para hombres y que en esta oportunidad, desconozco si por primera vez en el mundo, lo asume una mujer con un vestuario diseñado especialmente para esta puesta. Me gana este personaje, por la plasticidad de la interpretación de la destacada bailarina, que tiene en su hoja de servicios, además de roles en la danza, aquel memorable en la película La Gunguna. Ascuasiati convence por la organicidad que consigue en cada salida a escena.

La entrada de cada personaje a escena se hace con mascarilla, El Camarero en alguna ocasión hasta se echa un poco de alcohol en las manos. Al llegar, El Camarero les pide que entreguen sus mascarillas. Esa contextualización añade un guiño de ironía en una obra sin dudas muy dramática, porque al llegar adonde llegan ya tiene de por sí un dramatismo intrínseco. Una obra que se ha sostenido poniéndose en el mundo durante casi 77 años.

Este viernes el Garcin de Checho resultó al principio un poco cancaneante, frio (en medio de tanto calor). Luego cogió temperatura y se puede decir que su desempeño fue eficiente, aunque no brillante. He visto otros Garcin mucho más memorables. A este como que le faltó relieve y probablemente el director haya diseñado el personaje de ese modo.

Ana Rivas, en su Estelle Rigault, comenzó fría pero enseguida subió el mercurio para lograr altas cotas, sobre todo en lo que podríamos llamar del segundo acto (que no existe físicamente en escena, aunque sí en el devenir de la obra) hasta el final.

En la primera escena se abre la puerta y aparecen El Camarero y Joseph Garcin,
El actor se quita la mascarilla. El personaje de Patricia se echa alcohol en las manos.

Después que Garcin ha llegado, la segunda llegada trae a Sabina Gomez como Inés Serrano. El Camarero reaparece vestida de negro cuando trae a Estelle Rigault.

Creo que el de mejor desempeño es el Inés Serrano que propone Sabrina Gómez, quien con este personaje da inicio de verdad a una carrera como actriz, que puede ser muy promisoria. Aqui se entrega a fondo y hasta canta en francés. Se escarrancha en su sofá, abre las piernas. Va de la ironía, a la sensualidad, del sarcasmo al cinismo, del llanto a la risa. Un rol que recordará el resto de su vida, porque tras aparecer en varias comedias de esas facilonas y kitsch que solo buscan ser comerciales, este papel abre su camino hacia sabe Dios qué grandes actuaciones.

Invito fervientemente al público a ver esta magnífica puesta en escena que sigue este fin de semana y el próximo en la Sala Ravelo del Teatro Nacional.

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