Premios Lo Nuestro nunca fue (a pesar de 33 años y récord Guinness traído por los pelos), nunca ha sido, unos premios a tener muy en cuenta. Son los premios donde se cantan y se celebran a sí mismos los dueños de la industria. Ni tan serios que podamos pensar que significan algo relevante, ni tan viejos como para que la pátina del tiempo les dé solera.

Premios Lo Nuestro debería dejar de llamarse así. Nuestro es demasiada gente, es todo el mundo.

El universo urbano, ese que como una pandemia ha infectado tanto a gran parte de la sociedad, como a las instituciones -que ya han solicitado incluso una Dirección de Musica Urbana cuando ni siquiera existe una institución que defienda el merengue-, podría llegar a convertirse en la única opción de algo que se llamaba música dentro de unos pocos decenios.

Ya han acaparado de tal manera Premios Lo Nuestro que deberían llamarse Premios Lo de Ellos.

Podría decirse que salvo dos o tres momentos, la gala de entrega del jueves 18 de febrero, fue más bien aburrida, errática por momentos; recuerdo el diálogo entre El Gordo Raúl Molina, Chiquinquirá y Gabriel Coronel al centro, con más ansias de sobresalir que el Faro de Colón, donde de todos modos quería rematar él la despedida. Ufff, patético.

Confieso que no iba a escribir nada. Me he vuelto cada vez más selectivo y trato de huir de toda la mediocridad que se mueve en las redes, así como en la televisión o la radio, tanto que me he puesto a ver la serie de 16 temporadas de Grey’s Anatomy, ya voy por la 9 y me preocupa que voy más allá de la mitad.

Este nivel de enajenamiento que trato de seguir como una curación mongola, de vez en cuando se ve interrumpido por cosas como Premios Los de Ellos, donde piensas que vas a ver probablemente eso que pueda tener visos de algo novedoso, y apuestas a la sorpresa que te saque del letargo… Pero nada. Te encuentras a CNCO, el canto más ñuñuñú a ese público adolescente, rosa y carmín.

Te encuentras con que Maluma sigue criando gallos y abusa de Carlos Rivera quien sí tiene una de las mejores voces de toda Iberoamérica hoy día. Ah, para más, te encuentras a El Alfa, que en vez de prepararse para capitalizar sus dos apariciones en la gala, haciendo presentaciones de real calidad, sigue allantando con la misma mediocridad del carro nuevo, algo tan grosero y baladí en estos tiempos de tanta necesidad y tanta gente muriendo (hace tres o cuatro días falleció de Covid 19 el hijo de 12 años de un camarógrafo amigo), que parece que está defendiendo un doctorado de bobería.

La India gritando más que nunca, Paulina desesperada, Alejandra Guzmán dando vergüenza ajena. Ivy Queen bien. Lila Downs siempre bien. Yuri ni se diga. La Trevi meneándose, defendiéndose, renovándose, tratando de subsistir en un mundo donde ya no se encuentra. Un homenaje a Manzanero que me hubiese gustado hecho junto a jóvenes artistas.

En medio del torbellino de lo urbano el momento de homenaje a Johnny Pacheco con Gilberto, El Canario y Sergio George, en algo de última hora -claro que hubiese sido una deshonra no hacerlo- pero que no fue del todo feliz en cuanto a sonido y empaste entre los instrumentos. Un momento a destacar fue el Amén de los Montaner, minimalista y sentido. Otro el de Daddy Yankee (tocando piano) y Marc Anthony. Camilo de rey de la noche y Natti Natacha sonando más por su barriguita -que Dios la bendiga-, que por su duo con Prince Royce. En lo urbano, sin penas ni gloria lo de Selena Gomez y Rauw Alejandro.

¿Los premios? Mal, gracias. Pero uno ni cuenta se da que se entregan premios, porque lo central es obviamente, extra- artístico. Unos premios hechos a la medida de la banalidad.

Así a vuelo de drone, la presencia urbana fue de un 82% aproximadamente. Y donde no la había, la pujaban. Fuera de los tributos a los muertos, poco quedó que no fuera urbano.

He apoyado lo urbano desde que Daddy Yankee estaba grabando La Gasolina y el único en recibirlo en su oficina de Diario Libre fui yo, ningún otro periódico le dio cabida. Entrevisté a Wisín y Yandel cuando vinieron por primera vez al Teatro Agua y Luz. Les defendí en los premios de Acroarte junto a Ramón Almanzar. De manera que no soy enemigo. Pero falta evolución en los exponentes dominicanos. Ojalá algún día la propuesta urbana dominicana llegue a ser arte.

Y por último, falta equilibrio.

Los dominicanos tienen para eso una palabra muy sabia, un neologismo que parece salido de lo más hondo de la familia de Aureliano Buendía (que no fue ningún sonero de San Carlos, sino el primer personaje de Cien Años de Soledad de Gabriel García Márquez); esa palabra es «¡Jarto!», que es la festividad congresual de la hartura.

¿Llegará acaso el momento en que haya un equilibrio? No se trata de desaparecer nada, sino de coexistir. Hoy ese equilibrio no existe. El Premio Los Nuestro llámese El Premio Lo de Ellos.

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