El mundo comienza a ser mandado por algoritmos. Los algoritmos de Netflix son los que deciden el contenido de sus series y películas.

Netflix se guarda para sí la decisión de incluir este o aquel aspecto políticamente correcto, a pesar de que le niegue a los creadores la posibilidad de que puedan insistir en determinada escena aunque el algoritmo sugiera que no, que eso haría perder público.

Por ejemplo en cada serie o película tiene que haber un momento en que dos mujeres o dos hombres se besan. Y eso no está dado por el algoritmo, sino por esa otra data que es lo «políticamente correcto».

Pero, como dijo durante la presentación de los productos para el año pasado Todd Yellin, vicepresidente de productos de Netflix: «Sabemos a qué hora del día se conecta nuestro cliente, cuánto tiempo pasa en la plataforma, sabemos qué vio antes y qué después. Incluso sabemos si lo hizo desde el ordenador, desde una tablet o el móvil. Tenemos mucha información. Cada persona es diferente y este algoritmo aprende de las costumbres de consumo poder determinar que es lo que gusta y así diferenciar los contenidos que tenemos que mostrar». En otra convención manifestó: «El «big data», como me gusta decir, es una gran cantidad de basura que esconde diamantes. Lo que hacen los algoritmos de «machine learning» es revelar y mostrar cuáles son esos diamantes. Cuál es la información importante».

Es de suponer que este año 2020 de encierro para toda la humanidad haya servido a Netflix para conseguir mayor cantidad de clientes y a la vez para afilar su algoritmo. El mismo que crea diferencias.

Bryan Konietzko y Dante DiMartino, de Avatar: The Last Airbender, serie de acción real, basada en la popular serie de animación del canal Nickelodeon, dieron a conocer a través de sus redes que, dos años después de haber firmado el acuerdo con la plataforma, tiraban la toalla y abandonaban el proyecto, debido a las profundas diferencias creativas con respecto al mismo.

Konietzko aseguraba que Netflix les había fichado bajo la promesa de apoyar en todo momento su visión, algo que no habían cumplido. La gestión general del proyecto, aseguraban, había dado lugar a un entorno negativo y carente de apoyo.

La partida de ambos fue producto de la profunda frustración que sentían al darse cuenta de que no podían controlar la dirección creativa de la serie. La escueta respuesta de Netflix a la partida de los creadores no tardó en llegar. En una nota de prensa declaraban sentir un profundo respecto y admiración por el trabajo de Konietzko y DiMartino con la serie de animación, y que no tenían intención alguna de suspender la producción de la serie, que continuaría con la vinculación de Nickelodeon. Punto.

Aunque la partida de los creadores tomó a todos por sorpresa, la decisión de Netflix era comprensible porque la explotación del filón The Last Airbender solo comenzaba. Había demasiados intereses involucrados como para suspender el proyecto por discrepancias creativas.

Konietzko y DiMartino habían hecho justo lo que no debieron hacer: ceder todos los derechos sobre la propiedad intelectual de su creación a cambio de una cuantiosa suma de dinero.

A veces el apetito por los beneficios conlleva destruir la integridad artística y la visión del creador.

Tal parecería que la máxima “autoridad” a la hora de tomar decisiones dentro de un proyecto ha sido lo que muchos vieron venir: el algoritmo.

Es verdad que Netflix necesita a los creadores de la serie, especialmente de renombre, porque son los padres del universo. Es por eso que les pagan jugosos anticipos una buena inversión para lograr lo que persigue la compañía: captar nuevos suscriptores y retener a los que ya tienen. Y a quien no le guste… la puerta. La big data lo promete y lo cumple el algoritmo.

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