Nebaj es un punto perdido en la que pareciera inagotable geografía de Guatemala. Nebaj es la otra cara de la moneda, la otra campana diríamos en periodismo. Hasta ahora solo se ha contado la historia de un lado y hasta un Nobel de la Paz le ha ganado. Pero, el tiempo se encarga de poner las cosas en su sitio.

Esta película de Keneth Müller es la necesaria oscilación de la campana, donde el cuento puede ofrecer una idea más abarcadora.

Las guerrillas latinoamericanas fueron la respuesta de la izquierda ante los desmanes de la derecha. En buena lid, y extremo al fin y al cabo, se convirtieron en el azote de los pueblos, en organizaciones que hoy pueden ser catalogadas de terroristas, que además tuvieron la cachaza no solo de reprimir a sus propias bases poblacionales, en nombre de la Revolución, sino que mancharon sus manos con sangre noble y con droga.

La historia es buena e interesante. Sin embargo, el modo de contar es el que falla en esta nueva película de Müller, quien parece corrió con mejor suerte en su anterior filme (Septiembre) que, protagonizado por Saúl Lizaso, llegó hasta Netflix.

El nuevo largometraje de ficción, cuenta la historia de Tomás Guzaro, un joven aldeano ixil que en la década de los 80 del pasado siglo, en medio del conflicto armado entre la guerrilla y el Ejército, consiguió rescatar a más de 250 personas e impedir su muerte por el hecho de tener creencias diferentes.

Se trata de una adaptación del libro “Escaping the Fire: How an Ixil Mayan Pastor Led His People Out of a Holocaust During the Guatemalan Civil War” –Escapando del fuego: cómo un pastor maya Ixil lideró a su pueblo para escapar del holocausto en Guatemala-, publicado en el 2010 por Terry Jacob McComb.

La película muestra que este éxodo fue uno de los factores que causaron que los guerrilleros perdieran el control de esa zona.

Fernando Cuautle es la película; su performance como pastor cristiano es lo mejor que tiene esta nueva creación de Müller, a quien engrandece por hacernos creíble su historia.

Cuautle, hizo este su primer trabajo actoral para el cine, antes que otros trabajos que han salido antes o saldrán pronto. Con él, apariciones de Saúl Lizaso y Ana Serradilla, y trabajo actoral más pesado de David Medel y Diego Alfonso.

Pero en pantalla es una historia que pareciera avanzar y de pronto hay un corte brusco para mostrar algo que pudiese estar de otro modo, o ni siquiera es imprescindible.

Parecería que al director de Nebaj le sobró mucho material y luego perdió él mismo el control en los grandes laberintos de la historia, a la hora de montar.

Un exceso de música, quizás no adecuada -demasiado alegre cuando se trata de atmósferas que necesitan intimidad y drama- lastra la narración del filme.

Hay problemas de sonido, en los que la música opaca las voces de los artistas y uno toma la posibilidad de leer los subtítulos en inglés, para enterarse de qué dicen.

Aunque insisto lo que más lastra es el montaje.

Ante esos problemas, la película no me conmueve, como esperé.

Ante el canto izquierdista de Nuestras madres, premiada en varios festivales, empezando por su estreno en Cannes, Nebaj, el péndulo derecho de la historia, se queda muy por debajo en cuanto a obra cinematográfica. Ahora falta una visión desde el centro. Que los extremos nunca han sido buenos consejeros.

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