CANNES. Kirill Serebrennikov sabe bien sobre cuál tema trata: la represión contra la disidencia, sea en el socialismo, como en el filme suyo que concursa, o sea en ese capitalismo poscomunista con pespuntes zaristas de hoy día.

Que al importante director de cine no lo hayan dejado viajar a Cannes a presentar su película las autoridades rusas, es un signo de ridícula soberbia stalinista que aún sobrevive entre los Mac Donalds y los hermosos edificios nuevos que pueblan el Downtown de Moscú.

En los años 70 y 80 -yo al principio no me daba cuenta-, la inercia corroía la sociedad soviética. La inercia como siempre ha estado acompañada de represión, de falta de libertades cívicas, entre ellas la falta de libertad de expresión.

Fue Lolita Bazarauskaite, mi novia lituana de aquella primera juventud, quien trataba de abrirme los ojos con la inconformidad latiente en la sociedad de los países como Lituania, forzosamente conquistados por los soviets. Yo no reaccionaba. De hecho faltaron muchos años para que reaccionara.

Recuerdo claramente aquella época. En la universidad hablaban de conciertos de rock clandestinos, de grabaciones ilegales, de álbumes de un rock más bien naif, que a muchos nos parecían de cómics. Tambi[en llegaban a nuestras manos zamisdat de obras prohibidas, como Chevengur, de Andrei Platonov; Nosotros de Evgueni Zamiatin, o las grabaciones con letras transgresoras de Vladmiri Visotsky y su voz aguardentosa y ronca, como la de un Joaquín Sabina ruso.

Ayer regresó a mí esa época, hasta en los detalles de la escenografía, pero sobre todo en el alma de la película de Kirill Serebrennikov “Leto”.

“Verano” significa aquí inconformidad, expresión de ella a través del rock y de actitudes “contrarias a la ideología del socialismo y a favor del enemigo norteamericano”, cómo le grita en el vagón a uno de los jóvenes un personaje que me recuerda a un compañero de aula mío que estaba alcoholizado.

La película, casi por completo en blanco y negro para lograr mejor el estado de ánimo y la textura necesaria del material, se desarrolla en dos planos narrativos: uno la realidad monda que oprime; dos: la irrealidad lironda que viven en sus deseos. Donde el cómo ellos quisieran que ocurriesen las cosas le da la posibilidad al director de “intervenir” plásticamente la película que ha sido rodada en celuloide.

Esa intervención con motivaciones de la cultura punk y del cómic tienen sus momentos más logrados en la escena de la represión en el vagón del “electríchesky”, tren eléctrico de cercanías en Moscú y Leningrado (hoy San Petersburgo), y en la escena de la mujer que se le “pega” al protagonista en la cabina telefónica, mientras llueve y piensa que su mujer está revolcándose con Víctor.

La ironía, el sarcasmo, el sentimiento de autodestrucción que priman en el filme, son apenas el iceberg de lo que sufría una generación degenerada por las circunstancias ideológicas, que hoy de alguna manera sigue teniendo repercusiones en el modo de vida ruso postsovietico o de “capitalismo postcomunista”, donde la nostalgia por la época pasada se refleja en la represión a quienes disienten del nuevo zar.

En aquella época de gran voluntarismo político primaba la pobreza, bien reflejada en el modo de vida colectivo de los personajes en aquellos apartamentos colectivos con cocinas y servicios que usaban al unísono varias familias.

Quiero destacar en Verano, las actuaciones de Teo Yoo como Viktor, de Irina Starshenbaum como Natasha, de Roman Bilyk en el rol de Mike entre otros, que tienen como trasfondo el Leningrado (hoy San Petersburgo) de entonces, que bien podía ser Moscú o cualquier otra ciudad de la URSS.

Muy destacables así mismo los decorados de Andrei Pankratov, el montaje de Yuri Karij y la música de Boris Voit.

La película resulta muy enigmática para los jóvenes que ni siquieran conocen de la existencia de un país que se llamó URSS. Pero su vocación de denuncia guarda una vigencia que durará mientras en el mundo haya opresión.

Esperamos tu comentario

Deja un comentario