CANNES. Existe una maravillosa tradición de la cinematografía polaca que tiene que ver con una capacidad muy especial para ver a traves de los ojos de las cámaras.

Andrzej Wajda (1926-2016), Cenizas y diamantes (1958), El bosque de abedules (1970) y El hombre de hierro (1980) ganadora de la Palma de Oro en Cannes; Wojciech Jerzy Has (1925-2000), con El manuscrito de Saragossa (1965); Jerzy Kawalerowicz (1922-2007) con Bajo la estrella frigia (1954) y Madre Juana de los Angeles (1961); Krzysztof Kieslowski (1941-1996) con La doble vida de Veronica (1991); Roman Polanski (1933), con El pianista, El inquilino; Andrzej Zulawski (1940) con Posesión (1981); todos ellos conforman la columnata que sostiene la cinematografía polaca.

Precisamente, casi todos tuvieron que crear durante los años de la Guerra Fría.

La nueva generación de autores cinematográficos polacos tiene, entre otros, a Pawel Pawlikowski, ganador del Oscar del 2015 a la mejor película de habla no inglesa, con la extraordinaria película Ida, sobre una monja polaca en crisis existencial. Al mismo director se debe Zimna Vojna, que acaba de verse en Cannes dentro de la competencia Cierta mirada, segunda en importancia.

Guerra fría cuenta con la excelente dirección de fotografía de Lukasz Zal y trata sobre la historia de un amor imposible, sobre capas de un musical que se va armando entre la nostalgia, la sobre ideologización de la vida, y la tristeza.

Un amor que surge en el medio de la guerra fría entre un director de orquesta y una cantante folklórica a la cual ha descubierto, es el centro de este filme.

La película inicia con elementos supuestamente documentales que tienen que ver con el mundo de expresiones populares de la música popular polaca, sobre todo del mundo rural, a través del cual arman u organizan en la época de la postguerra, un exitoso grupo folklórico que muy pronto es puesto a producir musica ideológica, por órdenes del partido comunista, y luego a girar por el mundo socialista. Los roles fundamentales los asumen Tomasz Kot (Wiktor) y Joanna Kulig (Zula).

Los eventos que se enumeran en la Guerra Fría tuvieron su momento más álgido en los años 50 y 60 del siglo XX, en Polonia y Europa, y su banda sonora combina la música popular polaca con el jazz y canciones de los bares de París de aquellos años.

La crueldad represora de la maquinaria stalinista, la falta de libertad de expresión, los castigos a los que disienten o escapan a países occidentales, son medulares en este largometraje de ficción, rodado en blanco y negro en pantalla 4:3, donde el melodrama que vemos sobrevivir una veintena de años, es visto con una hermosa frialdad, y en el que sin embargo laten sentimientos que presagian la tragedia.

Excelente mirada hacia atrás, con una maravillosa fotografía entre invernal y oscura, que pudiera merecer la Cámara de Oro si se hubiese apuntado para ese renglón.

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