Pachá en su cumpleaños 50, sin ninguno de sus amigos, con su mamá y modelos (Foto servida)

Frederick Martínez es un guerrero que nació realmente cuando hizo su primera animación frente a las cámaras y los micrófonos, hace 30 años, cuando ya tenía 20 años de edad.

“Son 50 años, no te los quites. ¡Dice que son 48 años! ¡Pero son 50 que lo sepa el mundo entero!”, dijo su mamá Lucy en el programa Pégate y gana con el Pachá, que pasa por Tele Radio América, donde ahora está presente dándole respaldo al hijo del alma, que llevó en su vientre 270 días.

Muchos pueden pensar que Frederick no está en su mejor momento. Sin embargo está en el mejor momento en cuanto a retos, a posibilidades de reinvención.

Arriba al medio siglo de vida y a las tres décadas en los medios, con el desafío de hacerse una cura de caballo, restregarse las heridas del campo de batalla con un estropajo con vinagre y mirarse por dentro, y mirarse por fuera, y autocriticarse.

No por gusto todos los que estaban a su lado le han sacado el cuerpo. No todos pueden estar equivocados. Hay gente que lo quiere mucho, pero han decidido no continuar respaldando sus locuras, sus ataques de belleza, sus toques a degüello.

Frederick Martínez es necesario a la televisión dominicana, tanto como la televisión dominicana le es necesaria a Frederick Martínez.

Lo que le hicieron en el Canal 9 fue inmerecido. Una falta de delicadeza. Al menos debieron dejarle abierta la posibilidad de volver, renovado.

Cuando presenté el libro Andy Montañez: el ser humano y el artista en una muy lejana Feria Internacional del Libro de Santo Domingo, El Pachá transmitió en vivo para el programa del inolvidable Corporán De los Santos, Sábado de Corporán, nos montó a Andy y a mi en una guaguita, nos llevó a Color Visión y en vivo nos hizo hablar del libro y a Andy lo puso a cantar con Los Hermanos Rosario. «¡Este tipo está loco!», le dije por el camino a Andy refiriéndome a El Pachá. Todavía era Frederick.

Con el pasar de los años el personaje se fue tragando a Frederick Martínez, ese tipo buenón, cariñoso, laborioso y talentosísimo, solidario, fajador, sensible, amigo de los amigos y leal. El Pachá se le metió debajo de la piel a Frederick la primera vez que se vio delante de una cámara y le fue invadiendo, pellizco a pellizco los órganos principales, las vísceras, las entrañas, como un tumor no siempre benigno, adueñándose célula a célula de su estructura ósea, de sus músculos, de su mirada y de su espíritu.

Frederick Martínez debe revivir, coger aire, salir a flote, respirar estas nuevas posibilidades que le abre Dios para que se reinvente. Dejar de ser un poco El Pachá -diría que bastante-, alejarse de la política y los políticos. Volver sobre sus pasos. Reflexionar. Volver a llorar de verdad, no ese llanto fingido de El Pachá. Volver a dar, pero dar de verdad, no por brillar, ni por rating, sino por dar desde el alma a los pobres que necesitan. A veces ha parecido que no ha sido así.

Frederick Martínez debe coger un receso, perder a El Pachá en una estación de guaguas de un municipio remoto del Sur, por allá por Paraíso o por Vengan a ver. O comprarse una casita en un campo de Guatapanal, por Valverde, olvidar que existe la palabra celular o la palabra redes, tumbarse en una hamaca y dejar que pasen las nubes de nuevo por sus ojos, como cuando imaginaba vapores en el mar o carretas de caballos envueltas en algodones. Si es que alguna vez lo hizo. Seguro que sí, porque para poder ser lo que ha sido, debió tener mucha fantasía, mucha hambre y muchas ganas de llegar lejos.

Frederick Martínez tiene que limpiarse el alma de Pachá. Borrarlo. Colgarlo detrás de la puerta. Volver a ser él, alejarse un poco del personaje. Y arrancar de nuevo por 50 años más de vida y no menos de 40 más en los medios.

Pero por favor, que vuelva a ser aquel que conocí en una guaguita camino a Sábado de Corporán hace 20 años, cuando las redes sociales no existían y el arte todavía era arte.

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