Fachada del edificio de la feria del libro (Fuente externa)

La Feria Internacional del Libro tiene mala suerte. El pasado 7 de julio el presidente destituyó al joven escritor Fernando Berroa del puesto de director. Y han nombrado a otra persona que si bien no es conocido en los medios de la intelectualidad creativa, no deja de pertenecer a ese ámbito.

Berroa fue una sorpresa cuando fue nombrado, toda vez que si bien es una persona del mundillo creativo, y que había hecho sus diligencias y cogido su pelita (según dicen) en la política para que el presidente llegara a serlo, según informes padecía de mal de no contar con sus superiores y de ser demasiado arrogante.

Cuentan por ahí que su trato era despótico y que nunca habría permitido que el bueno de Basilio Belliard, poeta de mayor estatura que él y secretario del Consejo Nacional de Cultura, entre otras ascendencias, tuviese oficina en sus predios. Dicen que hasta llegó a faltarle el respeto a los viceministros Giovanny Cruz y Gamal Michelén.

Cuentan que tomaba decisiones sin que los viceministros y sobre todo la ministra las supieran. Cuentan por ahí que incluso al destituirlo se llevó la llave del edificio de la feria. Algo que parece querer ponerse de moda, que antecedentes hay. Porque sí, porque los funcionarios muchas veces no se dan cuenta que son eso, funcionarios, puestos a dedo, y por tanto quitados a dedo y sustituidos en un santiamén.

No me consta, pero dicen que el que le ha sustituido es una persona decente, con poco pedigrí en el mundillo literario, pero del universo de los estudios de genealogía. Tan es así que se critica que es hermano de una ayudante de la ministra. Su nombre es Joan Manuel Ferrer Rodríguez.

Pero adonde iba y esto es lo importante: la feria del libro tiene que ser repensada, rediseñada. En un país sin libros, con muy pocos escritores y casi ninguna editorial, es un desmadre una feria de 15 días, cuando con una semana basta siempre y cuando sea concienzudamente estructurada, planificada y exprimida. Que sí tiene que tener importantes invitados extranjeros, porque es el espacio natural donde los escritores y editores del país (los pocos, insisto) tienen la gracia de poder confrontar ideas y enriquecerse de la experiencia de otros reconocidos.

La feria en los tiempos de Lantigua traía premios Nobel, Cervantes, clásicos actuales algunos de los cuales han ido feneciendo. Desde el 2016 en que el ciclón batatero se entronó en la cultura y arrasó con lo mucho que se había adelantado -¡ay, soberbia de la mediocridad!- a estas fechas, lo más que se llega es a escritores de tercera línea.

Al quitársele a la feria el concepto de vitrina de la cultura dominicana, se le quitó importancia y ganas de ir. La última, en Fortaleza Ozama y Plaza España, porque la Plaza de la Cultura estaba siendo remozada, parecía una feria de ganaderos.

La feria no creo que deba realizarse este año, en que el país está centrado en la lucha por salir de la pandemia. Y preparar con todas las energías una gran feria en el 2022, si el coronavirus y Dios lo permiten. Debe regresar a sus predios, retomar la idea de vitrina de la cultura y devolverle ánimos y energías a la cultura dominicana.

Para otras ideas, favor consultar al arriba firmante.

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