CANNES. Los despojos de lo que fue la Unión Soviética, una nación o naciones atomizadas, y que tratan de encontrarse a sí mismas, eso eso es «Donbass», la nueva película del director ucraniano Serguei Loznitsa, película de apertura de la segunda competencia en importancia Un Certain Regard.

La guerra, vista en un episodio circular, comienza en una sección de maquillaje para unos extras que servirán para denunciar los abusos del supuesto enemigo y termina mordiéndose la cola.

La Nueva Rusia o el estado de Novorussia, apela a la barbarie, pero sobre todo a la mentira, a la realidad de las pandillas, del bandidismo, de la justicia por las manos, de la desorientación, de la fragilidad de los ancianos y los infantes, a la falsa paz dentro de una guerra que se engulle a sus propios hijos, que saca a flote cuanto sentimiento terrible puede albergar el ser humano. La crueldad, la ironía, el sarcasmo, la falta de fe y de humanidad salen a flote en un mosaico al cual, sin embargo, le faltan esos ligamentos que le aporten organicidad a la narración que hacen digerible una obra cinematográfica de este tipo.

Creo que esas ganas de abarcarlo todo empobrecen la narración… que no existe. Porque Loznitsa ha querido dibujar sentimientos y escenas, más que una historia con ausencia de héroes donde no se sabe muy bien quién es el enemigo. Pues en realidad, la guerra del Donbass ha sido una guerra donde han metido las manos desde neofascistas manejados desde el exterior, hasta Obama y ahora Trump, pasando por Putin y por supuesto el presidente ucraniano Piotr Poroshenko, quien recibe presión de todos lados y se le vincula a una ultraderecha que solo acepta la ‘limpieza’ de los territorios del Donbass.

El espejo cóncavo y convexo a la vez de una sociedad que ha dejado de existir, de países que han dejado de existir, de estilos de vida que han dejado de ser, son sacados de debajo de la alfombra por Loznitsa en una producción costosa e hirsuta, donde se ven las costuras de lo que fue armando en su cabeza pero que no cuajó en una historia narrada de manera que a veces –sobre todo en los primeros 10 minutos- parece querer tomar el rumbo a través de personajes e historias, pero que termina en solo intenciones.

Donbass tiene momentos lúcidos, como la celebración de la boda, y personajes ricos, potables, potenciales, que apenas llegan a ser caricaturas. El jefe cosaco que reprime al periodista alemán, la joven funcionaria que quiere sacar a su mamá del edificio miserable en que se encuentra, la mujer que lleva una imagen de San Teodocio al jefe del gobierno regional, etc.

Hay escenas excelentes, como la de los ricos que aparecen hablando por celulares pidiendo rescates a su gente para que los guerrilleros les dejen ir con vida.

Ha mostrado mucho Loznitsa con Donbass, pero tan hirsutamente que lo que pudo ser un gran ensayo sobre la tragedia que significa la inestabilidad social en una nación que trata de recomponerse aunque sea a traves de la guerra, queda apenas expuesto en un mosaico de flashazos que anuncian lo que pudo haber sido… pero no fue.

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