Daniel Habif llama muy enfáticamente a amar (Foto: Alfonso Quiñones)

«El secreto de la vida es la gratitud», dice a los pocos segundos de arrancar. La conferencia de Daniel Habif de la noche del viernes en la Sala Carlos Piantini del Teatro Nacional Eduardo Brito, producida localmente por Cesar Suarez Jr., es quizás la más larga de todas las que has presenciado en tu vida. Ni siquiera en Moscú, en la universidad, habían conferencistas que duraran tanto con uno o varios temas, en el estrado, ¡¡¡tres horas seguidas!!!, en una montaña rusa de emociones, que al final agradeces y aplaudes conmovido.

Daniel Habif es un encantador de serpientes, a las que fustiga con humor, estremece con ternura y cauteriza con firmeza.

Habla en epigramas que tiene muy bien aprendidos -«Las palabras importan… modifican la bioquímica de la mente, de tu corazón, del cuerpo entero»- que están excelentemente diseminados a lo largo de su puesta en escena, que salpica ya con humor («No se puede ser feliz con cara de culo»), ya con profundo dramatismo («Tú eres lo que toleras») y donde se agarra de todas las herramientas posibles, incluida claro está la música, citas filosóficas, menciones de poetas, fotografías, ilustraciones, videos.

Es un predicador de la palabra, pero se presenta como un provocador profesional, como un creador de contenidos y un discursista motivacional, para desembocar en el líder de una manada a la cual llama Inquebrantables, que es el titulo de su conferencia.

Había explica a Dios a nivel celular (Foto: Alfonso Quiñones)

Dice que «Hay que profesionalizar el bien» y sostiene que «No nos damos cuenta de los micro-milagros que pasan en la vida». Habla de la humildad, de la soberbia, de la narrativa que tienen las personas en su cabeza. Menciona a los personajes que se tragan a las personas. Para entonces declarar sin una pizca de vergüenza: «Consumo una droga que se llama autoestima», y lo recalca, y lo pone en la cara de todos. Y sí, la autoestima de Daniel Habif es grande, tanto, que roza la petulancia. Entonces manifiesta como un poeta salido del discurso whithmaniano: «Hay muchos yos en mí».

Daniel Habif asegura que no hay ideas tontas. «Hay tontos que no entienden tus ideas». Y decide que «Tú éxito es el fracaso de un envidioso». Y uno ve las cosas más claras. Porque quizás el latigazo mayor de Habif es cuando falla, como un tribunal supremo «Acepta el personaje que te tocó y asúmelo con mayordomía».

Sus frases son lapidarias, sus pensamientos, unos a veces de la brevedad de Twitter, otros de la amplitud de Facebook, desembocan en el estilo de Instagram, porque no se queda en palabras, ilustra lo que piensa y dice, en las pantallas led que coloca en escena.

Pero ojo, David Habif no es él solo el creador de ese entramado inteligente que arranca expresiones y aplausos y reflexiones, porque detrás de él hay un grupo de hacedores de maravillas, a las que integra a su propia esposa, capaces de ilustrar qué cosa es una sinfonía neuronal, con animaciones en 3D, música electrónica, y un impecable montaje de luces. Una industria que hace saber que al principio y al final de todo eso está sencillamente Dios.

«La boca que te juzga nunca va a ser más grande que la gracia que te aplaude», dice ya hacia el final, con aires de Elías Canetti. Ha hablado con anécdotas, con fragmentos de la Historia, con frases de personajes conocidos, con sus problemas personales, tanto de salud, como sus fracasos, de sus éxitos y de sus luchas, pero sobre todo habla del amor. Después agradece y hace una invocación.

Cuando te vas, cuando sales del teatro, has pasado la iniciación de los Inquebrantables. Pasaron tres horas que te gozaste, palabra a palabra, frase a frase, como si Daniel Habif fuese él solo, uno de los mejores conciertos a los que has asistido en tu cabrona vida.

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