Fito Paez ante el piano

Primero fue el piano, entrando en calor, con las cortinas cerradas, el piano como si viniera de las pampas. Sí, primero fue el piano, después las gafas, una bufanda tejida para ir a lo que queda del Polo Norte, unas manos tocando el piano y una voz dubitativa.

«Entre los artistas no se encuentra el enemigo» cantó y tuvo suerte que no fuese en Cuba, donde lo vi por primera vez en 1986, tocando en la Plaza de la Revolución y yo en la primera fila de pie acodado en las barandas; allá hay artistas presos considerados enemigos. Pensando en eso, llegó la primera ovación de la noche, después de “La conquista del espacio”.

«Buenas noches Santo Domingo», gritó Fito Páez animado, paseando el teclado del Steinway de la Sala Carlos Piantini del Teatro Nacional, adonde llegó de la mano esta vez de César Suárez Jr. Cantó «11 y 6» una de sus canciones clásicas, de aquella otredad que fue el 85 y el disco «Giros». La gente coreaba al hombre de melodías rockeras del bulevar de Rosario, de donde -a las seis de la tarde- salen en un maravilloso tropel del Liceo, las muchachas más lindas del planeta, a llenar la tarde de azahares.

Después de la ovación dio las gracias. Rió. “¡Que lindo!», se admiró y explicó que tiene un cuello ortopédico que ha hecho tres discos encerrado en casa por la pandemia y que después de tanto trabajo no iba a dejar de venir. «Si cae la cabeza hacia atrás tómenlo como una escena única y no lo graben”, dijo como si estuviera dirigiendo su película «¿De quién es el portaligas?».

“Los días en cualquier ciudad perdido en cualquier lugar… Nuestra vida está hecha de cristal”. El piano estaba muy por encima de su voz. Así lo habían cuadrado ellos en el sound chek. Sonó mal “La rueda mágica”.

Tras la tempestad el buen tiempo. El sonido del piano bajó, su voz buscó complicidad. “Solo hay una oportunidad. Solo hay un tiro… Y eso que espera en tu corazón”. El público ya suyo sabía como tenía que aplaudir, en qué momento después de “Eso que llevas ahí”, ya con la voz mas templada.

Entonces comentó: “Vi que salió un modelo nuevo de Presidente Golden Light. Me inquietó». Habló de una película que hizo sobre los años 80. «Era a color delirante». Y cuando llegaba a casa escribía canciones en blanco y negro. Muy sobrio. «Nada parecido a mi. La voy a utilizar de intro para irme a otro disco que hice después de ese”. El piano entonces fue mas narrativo y menos percutivo, más melódico y menos rítmico. «Nocturno en Sol».

“Las rosas del primer amor… Hoy vengo a decírtelo: el mundo cabe en una canción… La maquina invisible de hacer pájaros en el 76… Todas las cosas se conectan en mi corazón”, cantaba en “El mundo cabe en una canción”. 

Canta a Bob Dylan y cita a Walt Whitman. Canta en inglés: «today, and tomorrow, and yesterday, too / the flowers are dyin like all things do / follow me close, im going to bally-na-lee / ill lose my mind if you dont come with me / i fuss with my hair, and i fight blood feuds / i contain multitudes» Esa canción profundamente filosófica y queda, sigue dando vueltas, aún después del piano, citando a las sonatas de Beethoven y los preludios de Chopin: “I contain multitudes”.

Fue cuando después que se acallaron los aplausos, agradeció: “Gracias por el silencio. La musica -lo confirmé en esta cuarentena-, puede tener el genio del compositor o la compositora o del compositore, no importa cómo se diga… Y ese silencio no saben el valor que tiene, porque eso construye nuestro vinculo, que es más importante que la música”, argumentó mas o menos. Y dijo «Tumbas de la Gloria».

Más aplausos y entonces arremetió con “Al lado del camino” uno de los temas más definitorios de su declaración vital. “Yo vine a divertir a tu familia / mientras el mundo se cae a pedazos”. Ovación. Y se quedó descolgando acordes del piano como un puente lírico para bordar «Waltz for Marguie», un instrumental que aporta un ambiente otro, y que de paso le permite descansar la voz.

«Esta es la parte complicada de concierto», dijo y explicó todo un quilombo sobre los aplausos que debían llegar al final y cantó “Detras del muro de los lamentos”, Con reminiscencias rítmicas de un minué llegado por los vasos comunicantes que perfilan la cueca, «ah tu corazón ya dando palmadas». Y todo el publico dio palmadas llevando bien el ritmo, hasta el final.

«El otro dia la vi a ella en una entrevista diciendo que no era asi lo que yo decia; me gustó verla a La Musa» y cantó «Te vi». (te vi, te vi, te vi y yo no buscaba a nadie y te vi).

A seguidas Fito desmadejó un popurrit que incluía fragmentos de «She’s mine», «Cable a tierra», «Tema de Piluso», «El amor», claro y la «Alegría». La voz dubitativa volvió, no en su mejor forma. Y ahí dijo esa sentencia bíblica casi de “nadie puede y nadie debe vivir, vivir sin amor”. Se fue por el teclado hacia las graves y terminó cantando “y dale alegría, alegría a mi corazón”.

Llegó “La canción de las bestias”, donde dice que en su casa vive el amor y las mas profundas fantasías del terror. Esas profundas fantasías del terror llegadas a su vida un día que estaba en Río, cuando un asesino le quitó la vida a su abuela, a su tía a abuela y a la trabajadora doméstica. Dolor que nunca pasa y que ha convertido en canciones, unas desgarradas, otras intensas, dramáticas, esperanzadoras o alegres -que también las hay para desquitárselas.

Hizo “Brillante sobre el mic”. Y “Ciudad de pobres corazones”. Ya en falso final, que entonces amenazó como quien se despide y sale de escena. Coge un diez, se hace de rogar.

Al rato, después de mucho pedirle y tararearle «Mariposa Tecknicolor», dijo ya en proscenio, ahora con bufanda negra, que su gira se llamaba: «Un hombre, un piano y un cuello», haciendo alusión al cuello ortopédico. Siempre con ese mágico humor argentino, a veces negro, que es decir inteligente.

Regaló a capella “Yo vengo a ofrecer mi corazón” desde el borde del proscenio; tiró un beso, alzó el brazo; la gente aplaudió de pie. Dijo adiós se sentó al piano y cantó ahora sí Mariposa teknicolor con las palmadas del público y el coro despidiéndolo hasta la próxima. «Siempre feliz de volver a la isla a hacer la vida de la mariposa también en Haití. Somos nosotros mariposas. Hay una luz en tu interior. Mariposa. Uhhhuuuuuhhh Dámela mariposa de luz, tu luz”, improvisó sobre la melodía. Y tampoco se fue.

Finalizó, ahora sí con Dar es dar.

«¡Salud, Santo Domingo. Los amo. Muchas gracias. Tenia mucho miedo pero me pareció muy fácil». Público de pie. Y adiós, que en la pata izquierda del escenario le esperaba el road manager, poncho en mano por si tenía frío. Pero no hizo falta. Cuando pasaron a mi lado, Fito Páez comentaba con él: «Fue bonito, ¿cierto?». Se montó en el asiento delantero de la Tahoe y se perdieron en la noche dominicana.

Fito Páez contiene una multitud.

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