(Fuente externa)

La Farándula Pasa. Así se llamaba una memorable columna sobre crítica de arte y algo de cotilleo que allá por los años 50 del pasado siglo se publicaba en la revista Bohemia bajo la firma de Germinal Barral.

Las personas públicas tienen que pagar un cruel peaje por ser públicos. Hay una ley no escrita, no dicha, ni siquiera aprobada por nadie, pero comúnmente aceptada: estas personas no tienen derecho a la vida privada.

Es duro, realmente duro. No hay sitio donde te metas, siempre hay ojos que te están mirando. Si estás en un banco, en un supermercado, en una clínica, te sale el halago, el selfie y probablemente hasta tu crítica. Porque el público se siente parte de la figura, dueño de algún modo de la figura, amigo de la figura pública. Y esto se debe a que la figura pública entra a sus casas sin permiso, se mete en la cama junto a su pareja y hasta influye de manera directa en decisiones, en la formación de modelos, así como en el tipo de marcas, ropas o artículos que comprar y patrones a seguir. No por gusto se debe prohibir las malas palabras, la referencia a las drogas, las groserías, el sexo explícito, la escatología, las imágenes fuertes, etc.

Existe un axioma natural: la figura pública no es figura pública sin público.

¿Quiénes visibilizan a las figuras públicas? Los medios, las redes, ah… y la prensa. O sea los periodistas.

Los periodistas juegan un papel primordial en la colocación de una figura. No solo basta con las redes, ni con hablar en un programa de radio u otro de televisión (Prueba a que nadie escriba sobre ti o te tenga en cuenta y después me dices). Prueba a que ningún periodista vaya a una rueda de prensa tuya.

Vivimos nuevos tiempos, metidos como estamos en medio de la Revolución Industrial Digital, donde todos tenemos acceso a la vida privada de los demás y los demás de la nuestra. Sin embargo, parte de las figuras públicas se han dedicado a, en nombre del derecho de expresión, llenar nuestros hogares de groserías, de drogas prohibidas, de sexo explícito, entre otras maravillas, lo mismo a través de las canciones de los urbanos que a través de los micrófonos en manos de comunicadores o metidos a comunicadores que nos restriegan en la cara su superioridad económica y su poder para mover masas.

Hay otros que sin caer en malas palabras, etc., han hecho creer a jóvenes comunicadores que lo que funciona, establece y da brillo es la gritería, la falta de respeto y la insolencia. Que lo que da esplendor y buena vida es la mediocridad, no la cultura.

Hay quienes publican en las redes sociales desde que se levantan hasta que se acuestan y exponen su vida, sus hijos y su familia, como si fuese una casa de cristal. Hay quienes exponen sus cuitas, sus sinsabores, sus frustraciones y sus dolores. Y hay quienes hasta ganan dinero con eso.

Hay quienes abren su corazón y exponen en las redes este o aquel problema con absoluta sinceridad. Y después no quieren que los medios se hagan eco de esas exposiciones que ellos mismos han hecho y que le dan una sobreexposición mayor a veces a través de las redes que a través de un medio impreso o digital.

Los modelos se van estableciendo como quien no quiere la cosa. Quién puede quitarle a un joven del pueblecito de las orillas del lago Enriquillo con nombre macondiano de «Venganaver», que el Pachá no tiene razón al premiar a Omega como ¡Joven de Oro! Una cosa es pasar la página al hecho de que cumplió su condena por violencia contra su pareja y otra es convertirlo en modo a seguir porque acaba de comprarse un Lamborghini.

Así mismo tampoco creo que haya que poner como ejemplo para nada a Martha Heredia, que una cosa es cumplir con la sanción de la sociedad y otra es ponerla de ejemplo para la juventud. Como tampoco a Jimmy Bauer. No aprenden a lidiar con su pasado.

La única manera de colocarse en una cosa que se llama posteridad, es a base de trabajo. De música con calidad, de arte con honestidad estética, de propuestas que sirvan de limpiador para el alma, que ayuden a la gente a ser mejores personas, y a la sociedad una sociedad más justa e inclusiva. Como ha hecho Maria Cristina Camilo, quien tiene 100 años de edad y sigue trabajando y aportando con una hoja limpísima.

Hay quienes solamente suenan o buscan sonido con cosas demasiado mediocres, con loas -en palabras o actitud- a la superficialidad y al mal gusto. Otros que no tienen éxito con su arte o que necesitan sonar por cualquier bobería para que los tengan en cuenta.

Existe la crítica de arte que es una cosa y existe el cotilleo, que es otra. El cotilleo se soporta mucho más estoicamente que la crítica de arte, porque la crítica de arte se basa en cosas objetivas. El cotilleo, muchas veces se basa en suposiciones.

Pero somos todos lo mismo, seres apasionados del periodismo. Personas que vivimos y sufrimos la noticia, quizás con más intensidad que el público que la recibe.

He visto en las redes por estos días ataques despiadados contra los periodistas. Los atacan aquellos que siempre se han beneficiado de la prensa, o de los periodistas. Los atacan o mejor dicho nos atacan, porque igual que no han mencionado nombres, no los han dejado de mencionar, y por eso es malo generalizar. Así que yo también me siento aludido.

La lamentable situación de una amiga y comunicadora ha despertado en las redes un ataque frontal de algunos artistas o figuras más o menos públicas, contra los periodistas, llamándonos cerdos y otros epítetos a todos y metiendo a todos en el mismo saco.

Yo, como me siento aludido, porque soy periodista, quiero dejarles dicho esto: ¡falsos! Son unos falsos quienes se benefician de los periodistas (hay incluso quienes les deben trabajos hechos de relaciones públicas una y otra vez) y tildan a los periodistas de cerdos. Y después les están buscando para que vayan a sus ruedas de prensa o para que voten por ellos en los premios Soberano.

Falsos quienes dicen una cosa por delante y otra por detrás. Falsos quienes se refieren despóticamente sobre esos mismos periodistas que les han ayudado, les han apoyado y les han colaborado a ser quienes son hoy. Mis colegas no se merecen ese tratamiento, no. Me niego a estar de acuerdo con eso. Punto… Y recuerden, la farándula pasa. Lo que queda es el arte serio, de calidad y honesto.

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