Las sorpresas que el teatro comporta, son infinitas.

El teatro siempre hace correr emociones cuando sabe encontrar el camino que lleva al fondo del alma de quien llega.

Nuevamente el espectador ingresa a la sala sin tener idea de la experiencia a que será sometido.

Lo que se abre a la vista es un escenario con apenas una mesa de madera, y extendidas telas que cubren el fondo. Nadie sabe, con certeza, qué puede pasar.

No era claro que, en el montaje, concurrirán solo factores de éxito: un exquisito, disfrutable texto, bien ganado en imaginación basada en la historia patria y uno de sus personajes más abominables, con el talento de un hombre inscrito en la dirección de la inteligencia y la sensibilidad y una actriz llegaba para sorprender con uno de los actorales unipersonales que deben ser registrados entre lo mejor visto en 2022 y uno de aquellos que se perpetúan en la mente emotiva tras el paso del tiempo.

Los nombres de los responsables de lo vivido: Priscila Velázquez Rivera, narradora, tan buena como para haber ganado un premio en España con su primera novela, La valiente piconera (Accecit novel XVIII de Concurso Narrativa Femenina Princesa Giliana y finalista en el Premio de Narrativa Camilo José Cela, 2018, de Guadalajara, ambos en España). La representación en Sala Ravelo, estaba basada en el capítulo Gorgona: la abuela del escorpión», de la novela La cuna del escorpión, ganadora del Premio Anual de Novela, del Ministerio de Cultura 2021, un texto, cuidado frase a frase, imaginación y paralelismos históricos coyunturales, se ocupará de seducir la platea. La página web de la autora.

El segundo de los factores es la dirección: un Manuel Chapuseaux con la oportunidad en el tipo de montajes que realmente lo dejan sentir creador de sensaciones y universos. Es el Chapuseaux que encuentra en un texto dado, el universo para dejar su marca como. Es trabajar ahora para la inmortalidad artística, para llenar las imaginadas fichas de los historiadores teatrales de futuro.

El tercer factor la actuación, a cargo de una joven actriz: Clara Morel, graduada de teatro y comunicación (Escuela Nacional de Arte Dramático de Santo Domingo y Diplomado en Gestión Cultural en el Centro de Tecnología del Espectáculo de Madrid, Escuela de Comunicación Social de la UASD y posgrado en del Instituto Internacional de Periodismo José Martí de La Habana).

¿Qué ocurre con esa actuación?

Acontece que este texto subyuga y somete artísticamente al público para viajar por paisajes y realidades dibujadas con la precisión aguda de un estilete, el de Priscila, el manejado para la expresividad que le imprime Chapuseaux y consagrada por un recital histriónico de Moral que ahora solo deja lo que es imposible de olvidar: una actuación de ensueño. Desdoblada en voz y expresión corporal en ocho ocasiones cada vez, (ahí paramos de contar) Morel otorga nueva dimensión a personajes que vuelven del pasado o que los creó desde el blanco y negro, Velázquez Rivera.

Estos afanes para vivir el teatro, llevan a la pregunta irresuelta: ¿Cuál es la mejor actriz dominicana? Imposible responder con un nombre, o con dos, o con tres.

Lo que logra Clara Morel, la inscribe en un privilegiado círculo de actrices que con mayor intensidad nos han ofrecido actuaciones que permanecen en la memoria:  María Castillo (Teatro Mandrágora), Elvira Taveras (sobre todo con su Lorquiana insuperable), Karina Noble, Cecilia García, Judith Rodríguez, Ruth Emeterio, Olga Bucarelly, Naslha Bogaert, Xiomara Rodríguez y Lidia Ariza. Hay otras, pero ruego se disculpe a este ya anciano cronista de 72 años que no recuerda qué desayunó esta mañana.

Morel desarrolla una capacidad de acompañarla por el recorrido en el pasado, y establece en cada gesto y cada palabra, en tono grave, o agudo, o gutural, o en el expresivo del cuerpo enlazado con elementos de utilería muy simple que logran hacer ver animado desde lo inanimado. Fue un concierto actoral producto de un trabajo medido, calculado y concebido para su trascendencia.

La escena principal no es el desnudo artístico completo y frontal que desarrolla el director, (uno de los seis que hemos visto en Sala Ravelo y sin dudas uno de los mejores), ejecutado por Morel con un refinado gusto y cuidado visual, sino el parto y la forma de cerrar temáticamente el círculo de los hechos narrados.

Esta pieza quedará en el recuerdo. Y en las listas de nominación de todo premio en el cual haya teatro por reconocer. Y debería ganar.

Lastimeramente, el monólogo era una presentación única, para poner a circular la edición personal de la autora de la novela ganadora del lauro en 2021.

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