La nueva película de Miguel Coyula (La Habana, 1977), Corazón azul, es una muestra del virtuosismo artesanal del director de cine cubano independiente, a cuyo talento se deben filmes como Memorias del desarrollo (2010) laureada en varios festivales y estrenada en el festival de Sundance, y Nadie (2017) que se alzara con el Premio al Mejor Documental del Festival de Cine Global Dominicano, entre una decena más de películas que ha producido, escrito, dirigido, fotografiado y editado, desde Pirámide (1996). En Corazón azul, también actúa y crea música.

Trozos de comics tanto norteamericanos com rusos, comerciales, noticieros, documentales, intervenidos por Coyula gracias a softwares con los que logra adaptar parlamentos, carteles, escenas a lo que él persigue, así como escenas de ficción rodadas a la distancia de meses o años, entre una y otra, se entremezclan como en un gran cajon de costura, cocinándose a un fuego tan lento como un decenio, trozo a trozo, como esos pedazos de tela que utiliza  Diana Sarlabous para construir sus maravillosos edredones. Tanto tiempo que van uniéndose a veces por azar, y tomando vida en algo que después se llamará largometraje de ciencia ficción.

Lynn y Miguel en rodaje (Captura de pantalla)

Corazón azul es una distopía de la Cuba soñada en busca del hombre nuevo, y en su intención y disonancia pudiera decirse que es biznieta de la novela Chevengur, del escritor ruso Andrei Platonov, quien terminara sus días castigado, después de cumplir destierro en Siberia, como custodio de la Unión de Escritores Rusos. Se trata, pues, de una mirada valiente, que no hace concesiones a la realidad cubana de los sueños rotos, y lo hace desde la irrealidad de un mundo que nos pretendieron vender durante 62 años, pero que en la realidad resultó otro, como en aquel Congreso de futurología del escritor polaco de ciencia ficción, Stanislaw Lem.

Coyula es quizás el director de cine cubano que más énfasis hace en la estética de la imagen, en los encuadres, la luz, la composición, el montaje. En su virtuosismo de la artesanía se pudiera emparentar con esos collage limpios y conceptuales de Lynn Skordall, Jeannette Swofford o Joe Webb.

El de Corazón azul es un ejemplo de persistencia creativa y de resistencia cultural, ante las fuerzas oscuras de un régimen que reprime la cultura ya de manera abierta, solo comparable con las etapas más oscuras del estalinismo y el realismo socialista en la Unión Soviética, justamente en los tiempos que se hizo Chevengur, una novela que es muy difícil que Coyula haya leído y que tiene muchos puntos de contacto con el filme, más en espíritu que en hechos concretos.

“La felicidad es solo una pausa entre dos dolores”, dice Elena, el personaje femenino protagónico, frente a la vecina que trae un dulce casero. En Corazón azul, hay pocos parlamentos, se habla más con lágrimas, con detalles, con elementos que irrumpen a veces subrepticiamente en el encuadre -un aura carroñera volando, un gato negro, un helicóptero militar que pasa, la fogata de la chimenea de la refinería de petróleo, dos muchachas que se despiden en un tercer o cuarto plano en una ventana, mientras en primer plano discurre la película, una muñeca desnuda tirada entre escombros, un rayo que cae en el horizonte sobre las aguas cerca de la sombra de un buque de carga, un tren que pasa por una ventana-. Detalles, detalles, detalles. Y ahí está la demostrada maestría de Coyula, al crear el universo de sus filmes, que como en este caso, tiene mucho de metáfora de la realidad y discurre por momentos como un poema figurativo en el lienzo de lo que pudiera ser un antirrealismo socialista.

La iluminación es protagónica en Corazón azul. Lograr esas sombras expresionistas, esas texturas únicas que como una mina inacabable aporta La Habana, a través de las ruinas de una ciudad que languidece bajo la represión, la inercia y el triunfalismo de los lemas, es uno de los logros de este trabajo que ha durado una década en su realización y que tuvo su estreno mundial en el Festival de Cine de Moscú este año.

Aquí los silencios hablan más que los diálogos, por lo general monotonales, sin entonación alguna, sin admiraciones, sin preguntas aunque las haya. “Todo empieza por un deslumbramiento”. “Demasiada unión nos debilita”. “No importa quienes son nuestros padres, lo que importa es quienes somos nosotros”. Frases que son aforismos que van dejando los personajes a lo largo del filme, quizás en eso deudor del más sintético Elías Canetti.

Hay también bastante teatralidad en el discurso narrativo y en la misa en escena de la película. Diálogos teatrales, fríos, de los cuales quizás se abuse un poco. Y un diseño sonoro que acentúa intenciones con efectos, música incidental casi siempre proveniente del mundo sintetizado, de la autoría de Dika Chartoff, Iván Lejardi y el propio Miguel Coyula, autor además del guión.

Fernando Pérez hace de psicólogo (Captura de pantalla)

El filme es protagonizado por Lynn Cruz, Carlos Gronlier (entre quienes hay una de las escenas sexuales más valientes jamás fotografiadas en el cine cubano), Aramís Delgado, cuyo personaje me resulta que sobra, a lo largo de la película, con esos constantes rompimientos de la cuarta pared. Un Fernando Pérez muy creíble. La actuación de un Héctor Noas un tanto superficiai, cuyo lugar hubiese tomado dignamente cualquier otro actor no afectado tan directamente por el real Proyecto Guevara.

Dicho en pocas líneas Corazón azul va acerca de un tal Proyecto Guevara, que persigue crear el “hombre nuevo” que soñara el Che, y para ello se valen de la ingeniería genética. Estos seres superdotados que resultarían revolucionarios íntegros, capaces de llevar a su realización la utopía comunista, serían logrados a través de un experimento que definitivamente no funciona, en su lugar surgen seres mutantes.

La nueva película de Miguel Coyula tanto estéticamente como en su propuesta ética, desde la ciencia ficción, resulta un paso más allá en una filmografía de las más atendibles provenientes de uno de los más talentosos cineastas de las nuevas generaciones, en país que tuvo alguna vez una cinematografía no solamente variada y de buena calidad, sino también una actitud un poco más abierta a la crítica, gracias a personas como Alfredo Guevara o Tomás Gutiérrez Alea, dos archienemigos de la misma línea ideológica, gracias a los cuales el cine cubano es hoy más un mito que una realidad. Pero de todos modos un mito.

 

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