Laura Castillo, una joven artista, nacida en un campo no identificado de la República Dominicana, es una pintora que nunca firma sus trabajos, ya que ella siente que estas nunca están terminadas, aun cuando somos testigos de que si, sigue su carrera artística a pesar de la pobreza y la oposición de su padre, es cuando, en compañía de su esposo David Valdez (Christian Alvarez) se mudan al Santo Domingo de la época para buscar nuevas oportunidades.

La película sigue las inevitables consecuencias de su romance, las de un trauma por una restricción al arte del lado paterno (Laura nunca conoció a su madre) y de una sociedad que no aprueba y respeta su arte. No puede ser una mujer moderna sin que su mundo se vuelva medieval con ella. Y es en esa lucha conocemos varios factores envueltos, todos estos se quedan a medias.

El guión escrito por el director Cepeda peca de querer forzar situaciones, las cuales no llevan a ningún lado y sin ofrecer conclusiones, los arcos en los personajes resultan incompletos y con diálogos que sobrepasan el melodrama, éstos no permiten a la conducción de una narrativa efectiva. Si al final no tenemos la sorpresa propuesta por el guionista, es porque no se nos preparó para tal evento.

Las actuaciones que en su mayoría rayan lo teatral, esta división es plenamente rescatada por la frescura y el tono natural de Stephanie Liriano como Laura. Pequeños destellos de luz tenemos de Zamantha Díaz, que con un personaje importante, es pobremente utilizada. Las actuaciones de Francis Cruz, Olga Consuegra, Uxio Lis y Elvira Taveras aportan poco, ya que sus no tan importantes interacciones no agregan valor a la trama. El guión, también obvia la importante época en la cual todo se desarrolla, las aventuras de Laura y sus sueños tienen vida en plena dictadura trujillista, al parecer esto no importante.

A pesar de la insinuación en varias secuencias de que exista sentido feminista, el director-escritor Cepeda es incapaz de desarrollar esta corriente, la película de alguna manera carece de fuerza para que nos preocupemos mucho por lo que sucede con cualquiera de estos personajes, incluyendo Laura. Aparte de presentarnos a la insípida pareja enamorada, las escenas entre Laura y David parecen deslustradas, incluso la muy buena secuencia del desnudo, notamos a el personaje de David una extraña careciera de interés sexual hacia su hermosa pareja. La música se eleva en quejas dramáticas algo excesivas, siendo el peor apoyo para los diálogos.

El punto más alto sin dudas en “Colours” es el magnífico trabajo de fotografía por parte de Frankie Báez, quien con suaves movimientos de cámara y correcta iluminación, es el apoyo más fiel del director Cepeda a la hora de marca su estilo narrativo. El uso de primeros planos, no excesivos pero correctos, son el mejor amigo en los momentos más importantes de Laura, la secuencia del color verde es memorable.

Otros puntos luminosos dentro de la producción, es la pulcritud utilizada por Jennifer Castaños a la hora de crear escenarios convincentes, adecuados a la época. Otro gran apoyo en la narrativa también es el vestuario creado por Stephanie Gautreaux, ambos departamentos llegan a la excelencia.

La diferencia, y esta es la diferencia más importante en el mundo de Laura es que gana su libertad no vendiéndose a sí misma, sino vendiendo su trabajo. Y es allí donde radica el único triunfo en su personaje. El cine nunca ha obviado su fascinación por historias de artistas, la mayoría atormentados o poco apreciados, y Colours no es la excepción. Muchas de las historias conocidas encontraron en los sentimientos más delicados y conflictivos la materia prima para sus obras. La narrativa de este filme intenta llevarnos por varios caminos, pero nunca uno en específico. Tenemos la historia de pareja, la de buscar su lugar en la sociedad, su relación paternal y el significado de sus pinturas, sólo una de estas tiene desenlace.

La ópera prima de Luis Cepeda, Colours, es una visión simplista y melodramático de un artista, el arte es esencialmente pasión vertido en el pigmento, y para «sentir» lo que está sucediendo en el lienzo hay que «sentir» la agonía y el éxtasis que inspiraron el trabajo. Aquí no vi nada de lo anterior, no en sus personajes.

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