Violeta Parra en imagen de Fernando Krahn en 1965 (Cortesía)

MIAMI. La autora de Gracias a la vida, una de las canciones más optimistas, alegres y agradecidas del cancionero internacional, se dio un tiro en la cabeza, a los 49 años, en febrero de 1967, unos meses después de poner su firma debajo de aquella melodía y de aquellos versos conmovedores.

La mujer era, además, folklorista, ceramista, pintora, poeta, escultora y bordadora, una cantante y compositora chilena que debutó de niña en la carpa de un circo y compuso su primera canción a los 12 años. Tenía nombre de flor y apellido de enredadera botánica. Se llamaba Violeta Parra.

La artista, que cantaba también boleros, cantos españoles, corridos mexicanos y valses peruanos, grabó 12 álbumes con música de su país y numerosos discos individuales como Casamiento de negros, Qué pena siente el alma, Canto y guitarra y La Cueca. A finales los años 40 dio a conocer, en un dúo con su hermana Hilda, estas piezas: El caleuche y La cueca del payaso.

Violeta Parra recorrió todo Chile y un poco más de medio mundo. En 1964 fue la primera mujer de América Latina en hacer una exposición personal de óleos, arpilleras y esculturas de alambre en el Museo de Artes Decorativas del palacio del Louvre.

Los expertos, la crítica, la docencia y, de alguna manera, el país entero, reconoce la trascendencia de la obra de Violeta Parra y cómo no, sabe de las penurias de la vida amorosa rota y atormentada que acabó con el disparo que le quitó la vida.

Su hermano, el antipoeta Nicanor Parra, le escribió un largo antipoema de elogio y defensa, pero quiero compartir unos versos que le dedicó Pablo Neruda, su viejo amigo desde la década del 50, tres años después que ella se matara. Dice Neruda: «En vino alegre, en pícara alegría/ en barro popular, en canto llano, / Santa Violeta, tú te convertiste, / en guitarra con hojas que relucen/ al brillo de la luna/ en ciruela salvaje/ trasformada en pueblo verdadero/ en paloma del campo, en alcancía.»

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