El olvido tiene las dimensiones y la hondura que sus sirvientes le quieren dar, pero su oscuridad no llega nunca a opacar o desaparecer a las personalidades que han dado un golpe creativo y hermoso en la vida. Ese es el caso de Enrique Labrador Ruiz (Sagua la Grande, 1902- Miami, 1991) un periodista sin bardas ni nubes, un narrador de raza que le dio un nuevo signo a la novelística cubana y que, con sus cuentos limpios y desnudos, revolcó toda la prosa criolla.

Comenzó como corresponsal en su provincia natal con diarios de Cruces y Cienfuegos y en los primeros años veinte se trasladó para La Habana, donde inició su colaboración con las más importantes publicaciones de la época en Cuba y con medios de Venezuela, Costa Rica, San Salvador, Colombia, Guatemala y Chile.

Labrador era autodidacta, se destacó también como cronista y ensayista y fue fundador del PEN Club. En 1946 ganó el premio nacional de cuentos Hernández Catá y, en 1951, el galardón periodístico Juan Gualberto Gómez, dos de las recompensas de mayor trascendencia en la Cuba republicana.

Entre sus novelas más reconocidas y que le dieron renombre están Cresival, Anteo, El laberinto de sí mismo, Carne de quimera y La sangre hambrienta. Sus cuentos de mayor relieve aparecen en libros Trailer de sueños y El gallo en el espejo. En 1937 publicó una solitaria colección de poemas titulada Grimpolario. Hay, además, otros cuadernos de crónicas y ensayos como Manera de vivir y Papel de fumar.

El autor tiene una manera especial de referirse al clima literario de su momento y explica de esta forma los motivos de su decisión a escribir sus novelas que llamó gaseiformes. “Aburrido de leer obras idiotas”, dice, “memoriales artísticos escritos en prosa pantuflera, relatos endebles, cursis, amañados o viles, letanías flatulentas, cuentecillos hipoficos o elenfanciacos, llenas de zarandajas por el estilo –sin estilo—sentí la necesidad de elevar de algún modo no sólo el fondo, sino la forma de los que se estaba produciendo en mi torno.”

Una reseña sobre los cuentos de Enrique Labrador puede estar en la cuerda floja de los sueños y la realidad, pero lo que es seguro y firme es el poder del escritor en el dominio de la palabra, la pericia para poner a los personajes a dialogar con unos bocadillos irónicos, trágicos y siniestros. Evidentemente un libro que caracteriza su prosa breve es El gallo en espejo, de 1953, unos cuentos que él mismo bautizó como “cuentería cubiche.”

Aquí hay un retrato pasajero de Labrador, pero la verdad es que en su obra fundamental podemos hallar fragmentos claves de la vida cubana del siglo XX. Y adelantos del porvenir.

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