Hermano Fernando, hoy hace dos años que no estás con nosotros. Te escribo para contarte algunas cosas, como si no lo estuvieras viendo tú. Anoche me llamó tu amada María para recordármelo, pero de verdad ahora es que escribo estas líneas, cuando el sol va trepando por los edificios de Naco.

Por si no lo sabes -que lo dudo que no lo sepas-, estamos en medio de dos pandemias: la del coronavirus, que se ha llevado hasta hoy más de 700 vidas en el país y ha infectado a más de 33 mil personas. La otra es la de las elecciones del próximo domingo, que han roto decenas de amistades, han corrompido a muchos y estremece ahora mismo los cimientos de la nación.

La primera ha sido el carnaval de la ignorancia. La segunda el carnaval del odio.

La primera ha sacado a flote los mejores valores de los dominicanos, pero también los peores. Mucha superficialidad, banalidad, falta de responsabilidad y de sentido común. Y eso ha ocurrido en el mundo entero, que para eso se llama pandemia. Porque pareciera que la irresponsabilidad, la falta de educación y de cordura ese solo de los dominicanos. Pues no, acabamos de saber que es un fenómeno mundial.

La segunda me ha hecho ver que en casi 20 años que llevo viviendo en este, para mí el mejor país del mundo, han ocurrido fisuras dolorosas en el tejido de la sociedad dominicana. Los candidatos han centrado sus campañas muchas veces en cosas superficiales, otras en cuestiones coyunturales, pero pocos en cosas profundas que necesita el país. Casi ninguno se refiere a la cultura, que es el escudo de República Dominicana.

Solo una cultura, Fernando, cada vez más sólida y profunda, arraigada y enriquecida en todos los estratos de la sociedad, podrá servir de muro ante los grandes retos que tienen los dominicanos por delante. Por una parte, la vecindad de Haití, con todo lo de pobreza, ignorancia, pero también de poderosa cultura y el grado de culpabilidad de los países poderosos que han esquilmado ese país hasta llevarlo a ser uno de los mas pobres del planeta, y que nunca le han dado la cara como debe ser, tanto que los han acostumbrado a vivir de las donaciones. Eso por una parte. Y por otra, la dosis diaria que aporta el turismo extranjero, del cual además de traer el combustible que echa a andar el motor de la economía, también trae -como quien no quiere la cosa- muchos elementos ajenos a la cultura dominicana.

Por tanto, querido hermano, solo una política cultural que se adentre en las comunidades y los barrios, dé posibilidades de mejoramiento humano y sea capaz de crear puestos de trabajo, a la vez que impulse el Producto Interno Bruto a través de las industrias naranjas,  puede salvar la nación dominicana. Y (entre tú y yo) ningún candidato tiene la cultura como bandera de su propuesta electoral.

Quiero contarte -lo sabes, claro que lo sabes- que el pasado 6 de abril nuestro querido amigo mutuo Joseito Mateo hubiese cumplido cien años. Pero lo pasamos no como tú y yo queríamos, estrenando el documental El Rey del Merengue en el Teatro Nacional. Esa noche, sobre el país planeaba la tristeza, la nostalgia, el desasosiego y el dolor porque estábamos en las primeras semanas del ataque de lo desconocido: el Covid 19.

Por tanto, querido hermano, María, tus hijos y yo, seguimos sin cumplirte a ti y a Joseito. No hemos podido terminar el documental, cuya idea nació una noche hace cuatro años en tu apartamento, después de ver tu última película, Misión Estrella, aún sin estrenar, en uno de sus últimos cortes, si mal no recuerdo. «Se nos va a morir Joseito Mateo y no hay un documental sobre él», te dije. Y enseguida enganchaste la idea. Incluso hablamos más, comenzamos a encontrarnos y hermanarnos casi diariamente, planificamos otros documentales sobre otros artistas dominicanos, empezamos a rodar porque sabíamos que Joseito se nos iba. Y Joseito se nos fue, y detrás te nos fuiste tú.

Para terminar nuestro proyecto, al cual te entregaste con la pasión de un Poeta (que es lo que eras), de un Orfebre de la Imagen, aún falta lograr el apoyo económico que deberían aportar algunos de aquellos empresarios a los cuales apoyaste con los ojos cerrados. Porque para ti crear era la mejor aventura de un mortal, la manera de estar más cerca de Dios. Pero es nuestro reto y nuestra disposición terminarlo. Mete mano ahí. Ablanda corazones, sensibiliza gente, que nosotros ponemos lo demás.

Querido hermano, estamos ante dos incertidumbres: la del coronavirus y la del próximo presidente. Las dos son enigmas insondables, a los cuales espero que con todo el amor del mundo, le pidas a Dios (que te llevó con él por alguna ignota razón un día como hoy), por lo mejor para nuestro país. Mete tu mano ahí, hermanito y pídele de parte de los creyentes (que son más en este país), de parte de los agnósticos y de los ateos, que nos proteja del coronavirus, que la vacuna ya esté y muy pronto podamos tener accesos a ella todos los hombres y mujeres de la Tierra.

Finalmente, pídele a Dios, hermano del alma Fernando Báez que estás en el cielo junto Dios, que nos dé el mejor presidente. Tú sabes…

Como decía César Vallejo: Nos haces una falta sin fondo.

 

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