SD. «Fatalidad» fue durante muchos años uno de los temas de un programa que aún persiste desde hace varias décadas en la radio cubana: Nocturno. Cuando yo era un adolescente, la canción se puso de moda y la aprendimos de memoria y las muchachas que daban vueltas a la manzana en el parque Céspedes de Manzanillo, la cantaban a coro. Así que cuando llegué a República Dominicana, muchos años después y tuve la dicha de conocer al juglar que ha muerto hoy, Anthony Ríos se convirtió en un hermano mío.

Era un Poeta. Vivía como un poeta. En actitud de Poeta. Su símbolo eran las lechuzas. Las tenía reales, y de madera, y de plástico, y de plata, y de goma, y hasta en versos.

Una vez compró una loma en Blanco, allá por Bonao para arriba y me dijo, Cubiche, te voy a dar un pedazo de loma para que hagas una casita al lado de la mía, quiero tener con quién hablar de poesía y de filosofía. Frente a la loma, bajaba una mancha blanca por la ladera de una montaña, era un salto de agua al cual quisimos siempre ir pero no fuimos.

Después vendió la loma y me dijo, el pedazo de loma pasó para mi finca, aquí hay espacio para que hagas una casa, que tú eres mi hermano y quiero tener cerca un poeta. Por supuesto, que nunca la hice.

Antes me había regalado un four Willys de color amarillo que usé solo un par de veces y que por tanto dejó de ser mío. Algunas veces nos fuimos a montear por los tres ríos para arriba allá por esos lugares donde la gente lo conocía tan bien y hoy deben estar llorando como yo, su partida.

Otras veces nos bañábamos en los ríos, con las botellas de Chivas Regal de su inspiración, mientras conversábamos de Platón y de Aristóteles, de Sócrates y Epicuro, de Voltaire, de Feuerbach, Hegel, Nietzche y Kant, pero también de Martí y de Bosch, de Sartre, Borges, Cortazar, García Márquez, de las pepitas de oro que brillaban en el fondo del río, sobre la arena, y de la belleza de las mujeres que nos acompañaban, de los astros y de la música. Decíamos poemas y él decía chistes y anécdotas, que se las sabía todas.

Hablábamos de sus hijos, y de Carolina que era la que más se preocupaba siempre por él. Hasta que un día fue a Cuba y conoció a una joven de la que se enamoró.

Desde que Raphy D´Oleo dejó de ser su manager, dejé de tener el acceso de siempre a Anthony. Pero nuestra amistad y cariño siguió y seguirá estando incólume.

Algún día dirán, en Las 40 vivía el último juglar dominicano, un hombre que amó la vida y la belleza, la poesía de las cosas sencillas, y cuidaba la naturaleza y le preocupaba la humanidad, cantaba canciones que eran novelas de amor, y se llamaba, se llama Anthony Ríos.

Ahora mismo suena la canción con que siempre cerró sus shows.

Anthony inclina el torso con las manos extendidas a los lados.

Mientras en Nocturno, esta noche ponen de nuevo la canción que lo hizo famoso en Cuba: «Fatalidad».

¡Un abrazo hasta siempre, hermano!

Se cierra el telón.

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